Hace cinco años, el fiscal Roberto Mazzucco fue destituido del cargo en un escandaloso jury de enjuiciamiento, al que llegó acusado por media docena de hechos, entre ellos mal desempeño en el ejercicio de la función pública y peculado.
Durante el jury, Mazzucco tiró algunas bombas, y en los pasillos tribunalicios corrió un sudor frío por la espalda de varios.
¿Cuántos podían caer detrás de Mazzucco si la lupa se pusiera sobre todos los funcionarios judiciales? Porque ni el más ingenuo, ya por entonces, se creía que Mazzucco era un ángel negro entre la pureza del paradisíaco cielo judicial.
¿Hasta dónde se llegará? ¿Se destaparán más ollas? Eran las preguntas del momento. Pero no pasó nada. Todo quedó como estaba.
Desde entonces hubo otros conocidos nombres del ámbito judicial que quedaron contra las cuerdas, y ya no hubo más jury… todos hicieron lo mismo: saltar del barco antes de que se hunda. Se ahorraron la exposición pública, el escarnio y los dedos acusadores.
Ante la inminencia de tener que sentarse en el banquillo de los acusados, no corrieron riesgos.
Se fueron. Gritando su inocencia, pero se fueron sin someterse al proceso que barajaba la posibilidad de echarlos.
Así, marcharon esquivando el juicio Raúl Da Prá, Juan Pablo Morales y ahora Ezequiel Walther. Hombres de leyes, hombres que aplicaban leyes, se bajaron de la pelea.
¿Eso se puede usar como presunción de culpabilidad? Seguro que no. Pueden dar mil razones diferentes para decir que no: ¡son abogados!¡las conocen todas! Pero a la gente ignorante como nosotros le queda la duda siempre: si son inocentes ¿por qué no enfrentaron el jury?
Ahora la moda es esa: se mandan una macana o quedan bajo sospecha por algo serio, los someten a jury para ver si los echan o no, y entonces se anticipan y renuncian. Se rajan antes del bailongo. Dejan al jury “sin entidad”, “sin materia”. No se hace. Y zafan. ¿Zafan o escapan?
Al menos Mazzucco dio la cara, se defendió y se la bancó.