En la política, como en todos los ámbitos de la vida, están los que laburan y los servidos. Los primeros se compenetran y le ponen el cuerpo a la causa. Los segundos, hacen la plancha y disfrutan la comodidad de los que miran sentados. A los primeros, los reconocimientos les llegan después de mucho trajinar y dar prueba de su compromiso. A los segundos, las cosas les caen de arriba y solo tienen que disfrutar de su suerte en la vida.
Para la mayoría de los militantes y dirigentes, los cargos, candidaturas y nombramientos llegan después de años de patear la calle, de trabajar en campañas, de apoyar a otros dirigentes. Pero, en grupo de “los servidos” se suelen aglutinar los que se saltean todo ese proceso largo y engorroso, y de un día para el otro aparecen acomodados en un cargo o en una lista. Peinados y pulcros, listos para asumir.
Este grupo de los “cómodos/ acomodados” se nutre principalmente de los porta apellido, “hijes o nietes de”, bendecidos con la consanguineidad de las familias acomodaticias. Que los acunan con el ropaje de los recursos públicos desde pequeños y los van acompañando en su trayecto hacia la vida adulta con todos los hasta que están listos para el decreto de nombramiento.
Ejemplos de estos últimos hay a patadas, pero los apellidos suelen repetirse bastante, pasando como herencia el privilegio de recibir de arriba de generación en generación. Como aquellos jóvenes que, siendo estudiantes universitarios y viviendo en otras provincias, estaban nombrados en el Poder Legislativo, tenían contratos en el Ejecutivo o se quedaban con parte del sueldo de otros funcionarios municipales. Y hoy, ya adultos, son funcionarios judiciales, municipales o de organismos nacionales.
Mucho preámbulo teórico para llegar al caso puntual de esta funcionaria de primer nivel en el Ejecutivo provincial, bautizada con uno de esos apellidos que te garantizan un cargo. Que tuvo sus épocas de empleada de la Casa de Catamarca en Buenos Aires, muy probablemente en simultáneo con su cursada universitaria.
Hasta que, ya recibida, volvió a Catamarca. Comentan que cayó en el “multimedios” de la Provincia chapeando con sus diplomas y su DNI, exigiendo espacios e ingresos abultados. Y que, al no conseguirlos, fue a la Municipalidad de la Capital, donde su apellido sí tuvo el efecto esperado y, sin mucha vuelta, asumió como funcionaria.
De allí, siguiendo la trayectoria del en ese entonces intendente y ahora Gobernador, pegó el salto a la provincia. Acomodada entre los que juran el día de la asunción del mandatario, designada en la cartera de ciencia e innovación, desde donde, además, acaparó ese multimedio que tiempo antes no le había sido funcional a sus exigencias. Y luego, la plancha.
Porque los acomodados no solo llegan sin esfuerzo, sino que se mantienen con el mismo nivel de desgaste. Un poquito de viri viri para la tribuna, mucho humo y a disfrutar el despacho y el salario de funcionario. Pero de trabajar, trabajar, poco y nada. Y en política, menos que menos. Si llegaron a lo más alto sin siquiera militar, porque habrían de empezar ahora a recorrer los barrios o visitar los barrios.
Cuando todo llega de arriba, el humo, los bombos, las banderas, las reuniones, las panfleteadas, encuentros de circuitos, y todo lo que implica la militancia, son experiencias exóticas y desconocidas. Avenida Güemes al 560, apenas si lo conocen por foto.
Pues resulta ser que esta ministra, de escaso aporte al proyecto político, por no decir totalmente desentendida del trabajo por el partido y su sector, planificó un viajecito en plena campaña y elecciones. Mientras la dirigencia y la militancia acompañaba a los candidatos, construía la propuesta electoral y laburaba a destajo el domingo de elecciones, la funcionaria tomaba un avión con rumbo al Norte. No del país, sino del continente.
No hay mucha información, pero en principio el placer, y no el trabajo, sería el motivo del tour. Y su destino final estaría en la Gran Manzana, la imponente “ciudad que nunca duerme”, del Empire State y la Estatua de la Libertad. Donde las caminatas no son sobre calles polvorientas del interior de Catamarca, sino sobre fastuosas avenidas y las boletas que importan son las de las compras.
Tan lejos de toda preocupación, tampoco sentirá nostalgia por la Sociedad del Estado cuyo directorio encabeza como presidenta que, mientras ella recorre la 5th Avenue o Broadway, se cae a pedazos. Que importa la mediocridad de su programación ni la decadencia del equipamiento, cuando la principal preocupación es llegar a tiempo para tomar el ferry para cruzar a Manhattan.
El domingo de elecciones, los que trabajan, mal dormidos, transpirados, tapados en tierra, muertos de hambre y preocupados, habrán sentido un poquito de envidia. Tanto esfuerzo que les cuesta a ellos llegar a donde los acomodados caen en paracaídas. Pero de nada sirve enojarse. Así es el juego. Están las estrellas y los estrellados. Los servidos nacieron signados por sus apellidos y su destino es ser funcionarios y, en plena campaña, visitar Nueva York. Que el trabajo lo hagan los que nacieron para trabajar.