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Peligra la reelección de Jalil

El gobernador Raúl Jalil está decidido a buscar la reelección en 2023, y servirse ocho años en el poder, tal como lo hacen la mayoría de los políticos que llegan al sillón de Avellaneda y Tula.

Lo hizo Arnoldo Castillo, electo en 1991 y reelecto en 1995, lo hizo Eduardo Brizuela del Moral, electo en 2003 y reelecto en 2007, y lo hizo Lucía Corpacci, electa en 2011 y reelecta en 2015.

Es algo casi natural, y desde que se recuperó la democracia hubo apenas dos excepciones: Ramón Saadi, que culminado su mandato se fue al Congreso y entregó el mando a su padre Vicente, aunque murió Vicente y lo recuperó in esfuerzo, porque el poder había cambiado de nombre pero no de manos. Hasta que llegó la intervención.

La otra excepción es Oscar Castillo, que recibió el poder de su padre y nunca se afianzó, al punto de que casi pierde con Luis Barrionuevo, y eligió una vida más tranquila en el Congreso.

La contracara es Brizuela del Moral, que completó dos mandatos y buscó sin suerte un tercero, y tras perder se postuló por cuarta vez, también sin suerte.

¿Por qué casi todos siguen? Porque es el camino más fácil. Es más fácil ganar una elección desde el gobierno, es más fácil hacer campaña cuando se maneja el Estado, cuando se administra el dinero y se tiene la lapicera en la mano para hacer favores, ganar aliados, repartir cargos, hacer promesas.

Casos como el de Formosa, donde Gildo Insfrán gobierna hace tres décadas, no aparecen porque sea un genio de la política, sino porque es mucho más fácil ser candidato estando en el poder que en el llano.

A eso le apunta Jalil, quien sigue analizando cómo puede acomodar mejor el escenario, con PASO o sin PASO, en marzo o en octubre.

El tiene la sartén por el mango, pero la cosa está complicada y su reelección está en peligro.

La gestión no ha sido buena (ha sido francamente mala), nunca hizo política, nunca le dio lugar a los militantes y ni siquiera apuntaló a un funcionario. Creó 800 ministerios para que todos los ministros sean invisibles y todo manejo sea personal y exclusivo. No tiene, como tenía Corpacci, un Dusso o un Aredes. No tiene nada: la gente ni conoce a los ministros.

Raúl Jalil no tiene carisma, no tiene seguidores, no tiene empatía con nadie. Es un empresario que vació la Casa de Gobierno y se instaló donde nadie lo molestara, en un predio impenetrable.

Su fuerza es el poder económico, usado como un látigo para mantener a todos alineados. Nadie le obedece por convicción, nadie forma parte de su proyecto porque no hay proyecto.

Y ahora no sólo la oposición quiere que se vaya para ocupar su lugar. La situación es peor: el peronismo quiere se vaya porque Jalil no representa a nadie más que a sí mismo. Gobierna hace tres años y ni siquiera es presidente del PJ local. Todo un símbolo de su falta total de liderazgo.

No lo defienden ni sus colaboradores. No tiene ni los amigos del campeón. Y nadie tiene ganas de salir a hacer campaña para que siga cuatro años más.

Hay un par de dirigentes de peso que ya están analizando cómo seguir, y a estas horas no se descarta la idea de enfrentarlo para ir por todo. Calculan que para Jalil será imposible ganar unas PASO contra un verdadero peronista. Es cuestión de animarse.

Y no pasa por aspiraciones personales: muchos peronistas sienten que van camino a una posible derrota, como nunca en la última década. Ya sin Lucía en las boletas, el riesgo es mucho y algunos quieren curar en sano.

¿Jalil 2023? No hay ni un pasacalle, ni una pintada callejera, nada que lo proponga. Por ahora el único que lo desea es él. Por ahora no le alcanza. Habrá novedades.

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