El 19 de junio de 2020, el enfermero Daniel Porro (37) se fue a hisopar. El resultado, tal como lo sospechó, fue positivo y el hombre debió aislarse en su casa ubicada en el barrio Nueva Esperanza, en la provincia de Neuquén.
Tras recuperarse, Porro se reincorporó al Policlínico ADOS. Pero al poco tiempo, comenzó a recibir amenazas de sus vecinos. “Me decían que me vaya del barrio porque tenía coronavirus”, aseguró el enfermero en ese momento. El hostigamiento no terminó ahí: lo golpearon salvajemente hasta dejarlo casi inconsciente. Lo peor sucedió mientras se recuperaba de la golpiza en el hospital: le prendieron fuego la casa y le robaron un auto.
El 4 de julio pasado, Daniel Porro falleció de un paro cardíaco mientras estaba durmiendo en la casa de su madre. “Nunca se recuperó del rechazo social”, asegura su padre, Miguel Porro. Un caso de una sociedad que se brutalizó en medio de la pandemia.
“Me enteré que mi hijo había fallecido a través de un llamado telefónico. Eran las 2.30 de la madrugada. Agarré el auto y salí disparando”, cuenta el hombre.
Cuando llegó a la casa de su ex mujer, donde Daniel había ido de visita, Miguel lo encontró tendido “en la cama de su infancia” y “envuelto en una bolsa de residuos”.
“Daniel eligió la profesión de enfermero como su madre. Era un hombre solidario, trabajaba en el Policlínico ADOS y, además, atendía pacientes de forma particular”, dice.
Según Miguel, la golpiza que Daniel recibió el año pasado marcó un antes y un después en su vida. “Aunque pudo reponerse del COVID-19, nunca se recuperó del rechazo social. Quedó asustado: le costaba dormir y andaba muy callado”, asegura el padre de Porro.
Daniel Porro era papá de dos adolescentes de 15 y 14 años. Se había casado, pero desde hacía ocho años estaba separado. Apasionado por su profesión, el enfermero disfrutaba de tocar la guitarra.