El actor y músico Marcos Mundstock , conocido por su trabajo en el grupo humorístico Les Luthiers, murió a los 77 años, según confirmaron fuentes allegadas al ensamble.
Se encontraba aquejado de una dolencia que, en el último tiempo, le había impedido presentarse junto sus compañeros en la gira que emprendieron en 2019.
Ya la noticia de su enfermedad, oficializada en mayo de 2019 , generó en muchos de los seguidores del grupo una enorme nostalgia por el singular trabajo que realizó durante medio siglo. Pese a que supo llevar adelante una carrera como actor de cine y TV, Mundstock era el rostro definitivo de Les Luthiers , no porque al resto de los integrantes históricos se los identifique menos con el grupo, sino porque su voz representaba el hilo conductor dentro de cada espectáculo.
Sus textos siempre fueron el marco de contención de cada cuadro escénico desarrollado por sus compañeros. Es imposible no reconstruir el sonido de su voz en nuestras cabezas al intentar recordar una situación: el hombre de esmoquin que entra con una carpeta en la mano y la abre sobre un atril (o simplemente la sostiene en una mano).
El que con cara de póquer desmenuza relatos y genera una especie de ping pong con el resto de sus compañeros, ya sea en diálogos desopilantes con Daniel Rabinovich -fallecido en 2015, pero eterno en cada video que circula en las redes sociales- o como partenaire de contrapuntos musicales generados por Jorge Maronna, Carlos López Puccio y Carlos Núñez Cortés (socios de las últimas tres décadas) o por Horacio Turano, Martín O’Connor y Tomás Mayer Wolf (que se sumaron en los últimos años).
La evolución de su involución comenzó con una especie de parálisis en una pierna. Eso derivó en otros estudios que determinaron un tumor cerebral. En ese proceso, alguna vez se lo pudo ver ingresando al escenario en silla de ruedas, para saludar al final de una función en la que no participó pero, de algún modo, estuvo.
Porque no se lo vio con “ropa de calle” sino vestido de Les Luthiers, como ese soldado que espera con las botas puestas el momento en que lo vengan a buscar. Más allá de algunas actividades realizadas en cine o tevé, hablar de Marcos Mundstock es referirse específicamente a Les Luthiers. Como una historia que se cuenta dos veces, porque es la misma historia.
Hijo de padres inmigrantes judíos askenazíes, Marcos nació el 25 de mayo de 1942 en la ciudad de Santa Fe. Algunos problemas económicos y la búsqueda de trabajo provocaron una mudanza familiar a Buenos Aires a los siete años. Cuando terminó el colegio secundario estudió ingeniería; nunca se llevó un título de esa carrera pero sí un grupo de amigos que conoció en el coro de la facultad. Aquello determinaría su futuro durante más de cincuenta años.
En su vida personal, compartió la vida con la cardióloga Laura Glezer. Solía contar que se enamoró de ella “porque conoce mi corazón”. Juntos tuvieron a Lucía, su única hija, licenciada en administración de empresas, actriz y productora con la que compartía la pasión por el fútbol, un deporte que jugó hasta que el cuerpo se lo permitió. De chico era de Boca, hasta que en un partido contra Chacarita se dio cuenta que quería que ganaran los Funebreros “porque jugaban más lindo”.
El humor siempre lo acompañaba y con su voz seria podía hacer las reflexiones más graciosas sin perder la compostura. Como esa vez que interrumpió una ponencia en el Congreso Internacional de la Lengua con esta reflexión: “La expresión ‘me importa un bledo’ no tiene igual: ¿alguien sabe lo que es un bledo? Algún día un ejército de bledos se lanzará sobre los hispanohablantes para vengarse de tantos siglos de ninguneo”. En el mismo tono propuso “formas más directas” y cambiar expresiones como “donde manda capitán no manda marinero”, por “el más explícito ‘donde manda capitán hay que ir’, o que en vez de “una golondrina no hace verano” usar “expresiones más vulgares” como “una golondrina no hace un carajo”, eso sí “con perdón de Gustavo Adolfo Bécquer”.
En más de cincuenta años de profesión, forjó una relación de amistad y respeto mutuo con otros genios del humor como Quino, Roberto Fontanarrosa y Alejandro Dolina, todos exponentes de un humor gracioso e inteligente. “A mí me gusta el humor por el ingenio, no necesito que sea muy intelectual. Entonces, me gusta el humor del tipo que sale y dice ‘mirá lo que digo’. En cambio, no me gusta el tipo que dice ‘mirá lo que me atrevo a decir’ y se pone impertinente. Ese humor no me mueve un pelo, entre otras cosas porque soy calvo, todo el mundo lo sabe”, decía con mucho de humor pero también de sabiduría. Además fijaba su límite jamás hacer humor “sobre el dolor ajeno”.
Se fue Marcos Mundstock, solía decir que por su inconfundible voz siempre lo convocaban para hacer de Dios o de psicoanalista. Seguramente, si Dios existe hoy lo dejará pasar sin problemas, le guiñará un ojo y lo dejará pasar sin problemas es que con tanto humor y tanta risa tiene el cielo bien ganado.