El gobernador Raúl Jalil lanzó la idea de reestructurar el Estado, y como muletilla de la iniciativa insiste a cada paso con que la Legislatura tiene más empleados que la Policía.
Detrás de la afirmación lo que sugiere es que la policía es necesaria y la legión de empleados legislativos es inútil, algo que no habrá caído muy bien entre los miles de empleados de diputados y senadores, pero tiene algo de verdad.
Lo que puede objetarse son dos cosas, por un lado, el don de la oportunidad, ya que Jalil lanzó su idea de corregir los males crónicos del Estado justo cuando lo único que se le dice a la gente es que se quede en su casa y no haga nada, y cuando miles de empleados públicos perciben sus sueldos por no hacer nada; lo que les viene a todos como anillo al dedo, y desnuda las falencias que son por todos conocidas.
El mal del Estado no está en la legislatura, está en cada oficina, y el problema no es qué área tienen más o menos empleados que la policía: el problema es la gente empleada que no trabaja, que no produce, que fue nombrada por amiguismo, parentesco o por un favor político. Los miles de acomodados improductivos.
Algo que Jalil no parece haber observado cuando fue diputado, ni tampoco su hermano Fernando que presidió la Cámara con más empleados de la Legislatura hasta hace pocos meses, y tampoco el propio Raúl cuando fue intendente, ya que en todos esos años el monstruo del empleo público siguió engordando y engordando infinitamente.
Catamarca es la provincia que más empleados públicos tiene en el país si se compara con el total de la población, y los servicios que presta el Estado son generalmente un desastre.
Que el gobernador hable ahora de ese problema como si se le hubiera concedido la visión de una verdad revelada sorprende, porque es algo que todo Catamarca sabe.
El propio Jalil se armó una estructura donde pasó de ocho a casi dos docenas de ministerios, con el aterrizaje de una multitud de nuevos índices, jefes y empleados por todos los rincones del Gobierno, entonces suena algo injusto que le apunte a la tropa de empleados públicos en este momento.
No se lo escuchó abrir la boca cuando Corpacci y sus ministros se retiraban con festivales de nombramientos, y tampoco se le escuchó una autocrítica por el descomunal crecimiento de la planta de municipales capitalinos en sus ocho años de gestión, ¡si hasta metió a todas las cooperativas antes de irse!
Si el sobredimensionamiento de la planta estatal catamarqueña es un pecado administrativo, nadie, pero nadie puede tirar la primera piedra. O el primer expediente, porque radicales y peronistas fueron igualmente irresponsables en las últimas cuatro décadas.
Cualquier reordenamiento debe empezar con un mea culpa, porque los mismos que se toman de los pelos horrorizados con una mano, son los que nombran gente con la otra cada vez que pueden.
Y eso cuando se trata de empleados rasos, los que son funcionarios, siguen cobrando años y años, algunos de por vida, sin hacer nada, sólo por haber prestado valiosos servicios al país un par de meses: los sacan de sus cargos pero les quedan los índices con otro título.
La caja estatal catamarqueña la reventaron entre todos, y el que venga a poner cara de asustado tiene memoria muy floja. Y Jalil lo sabe, ¿o es necesario que repasemos la lista de nombres?
El catucho