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Perdón por la desconfianza

Perdón por la desconfianza… pero hay muchos antecedentes que nos abren los ojos y nos reclaman atención en tiempos de emergencia. Porque a nivel oficial en estas crisis enormes surgen urgencias reales, y suele ocurrir que la inmediatez de las necesidades cambia las cosas y no siempre para bien.

El tema es que cuando se improvisa mucho en la utilización de recursos públicos, lo primero que hacen los gobiernos es relajar los controles, bajo pretexto de responder a demandas impostergables, y allí es donde –mientras casi todos pierden- por arte de magia algunos empiezan a llenarse los bolsillos al mismo ritmo que otros sufren desgracias.

¿Alguien recuerda la emergencia del 2001, las compras directas, los permisos especiales para gastar y el festival de compra-ventas, sobreprecios y facturaciones truchas con que varios corruptos entraron al jet set?

Claro, es la clase de temas que la Justicia nunca aclara, sino que posterga por años y décadas hasta que todos lo olvidan. Pero en el inconsciente social queda, y con razón, esa idea tan criolla de que mientras el barco se hunde hay algunos pícaros que se hacen la América. Pasó antes, pasó siempre… ¿pasará ahora?

Las compras del escándalo en el Gobierno nacional, con fideos, aceite y otros alimentados remarcados brutalmente para que pague el Estado bobo y algunos saquen su tajada, ya hizo rodar unas 15 cabezas en el ministerio que dirige Daniel Arroyo.

Allí se pagaron, por dar un ejemplo, 157 pesos por aceite que cuestan 98 pesos, y no fue un desliz menor: la compra fue por cuatro millones. Imperdonable.

En Catamarca sobran los casos de pescadores a río revuelto, y ahora que la compra de bolsones alimentarios y otros insumos se disparó a niveles inauditos, no vendría mal un poco de transparencia.

¿A quién le compran los bolsones? ¿Qué alimentos contiene cada uno? ¿Qué precios mayoristas se pagan? ¿Cuántos bolsones se llevan comprados?¿Llegan todos a quienes lo necesitan? ¿Cuánto alcohol en gel y lavandina se compró, a qué precio y a quién? ¿Cuántos barbijos se compraron y distribuyeron?

¿Quién controla estos gastos hechos a las apuradas? ¿Quién está cobrando ese dinero público?

No queremos enterarnos después de que se pagó 20 pesos lo que sale 5 pesos, ni que se facturaron 20.000 bolsones para entregar 12.000 o cosas así.

Perdón por la desconfianza, pero hay que hacer las cuentas claras, porque sino aparecen los pícaros de siempre, los proveedores amigos, las empresas fantasma que se llena los bolsillos con intermediarios amigos y los ricos que surgen de la noche a la mañana. Y el horno no está para bollos.

Gobierno y municipios deben exigir máxima transparencia en estos asuntos, y dar a conocer el doble destino: del dinero que se gasta y de cómo se reparte lo comprado.

Procesos claros y públicos rindiendo cuentas hasta el último centavo. Porque si no se hace ahora, no se hará jamás. Ya sabemos lo que pasa cuando la Justicia tiene que revisar estas cosas sobre lo ya actuado: no pasa nada.

La visión del catucho

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