En las últimas horas del martes, el ministerio conducido por Felipe Solá emitió un confuso comunicado -el 205/20- en el cual agradecía a Corea el envío de mascarillas médicas KF94. En total: 200.000 barbijos para uso profesional que serían distribuidos en todo el país. La información de prensa celebrando la generosidad coreana fue canalizada a través de la cuenta oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores. Junto a ella podía verse el rostro universalmente conocido de un famoso dictador: Kim Jong-un.
El gobierno de Alberto Fernández había confundido ambas Coreas y a sus conductores. La millonaria donación fue hecha por el gobierno democrático de Corea del Sur, cuyo presidente es Moon Jae-in. La confusión es llamativa: Corea del Norte no solo es una nación que insólitamente se declara libre de COVID-19, sino que allí además no se producen los eficientes barbijos KF94 -uno de los más seguros del mundo-, ni ningún otro. Los elaboran sus vecinos al sur del paralelo 38 que divide ambas realidades.
El país regido bajo la tutela dinástica de Kim Jong-un no solo no cuenta con la capacidad ni la tecnología para elaborar masivamente ese tipo de material médico, sino que es tal la escasez de insumos en su propia tierra que menos estaría en posición de donar a un país cuyo vínculo es casi nulo. Fernández había hablado con su par surcoreano el pasado 2 de julio -tal como dice el comunicado diplomático- y allí acordaron “profundizar la cooperación en materia de investigación”. Es aún más extraño conocer el camino que condujo a confundir a Moon Jae-in con un feroz dictador.
No es difícil identificar la cara de Kim Jong-un. Su postura marcial, su inalterable gesto, sus excéntricos paseos a caballo y sus alternados trajes blancos y negros, son sellos inconfundibles de la imagen que proyecta al mundo. Pero sobre todo lo distingue la brutal manera en que conduce su país: dedicado casi exclusivamente a acosar a sus vecinos del sur, a Japón y a los Estados Unidos con amenazas constantes de lanzamientos misilísticos, el Líder Supremo mantiene bajo el hambre a su población en detrimento de su carrera armamentística que está llevando a la nación al borde del colapso.
Campos de regeneración, nula libertad de expresión, ejecuciones sumarias por presunta traición, son los valores recurrentes bajo la tutela del tercer Kim en lo más alto del poder norcoreano, desde que su abuelo Kim Il-sung asumiera el control total de la devastada nación. Le siguió su padre, Kim Jong-il, quien muerto en 2011 lo catapultó como Líder Supremo.
En la actualidad, tal es el hambre que atraviesan los norcoreanos que en las últimas horas el régimen de Pyongyang ordenó la confiscación de los perros domésticos. Bajo la excusa de que resultan un símbolo de opulencia capitalista, el gobierno de Kim se hizo de miles de caninos pertenecientes a familias de la capital. Sin embargo, la realidad es otra. Medios de Corea del Sur sospechan que la medida resultó desesperada: se tomó para poder alimentar a parte de la población, sumida en la extrema pobreza.
Hoy, el Partido de los Trabajadores de Corea del Norte abordará un asunto “crucial” en una inesperada cumbre convocada por el dictador donde se cree que se discutirá sobre las inundaciones catastróficas que han asestado otro golpe a su asombrosa economía y sumado a la negada crisis por coronavirus, según consignó el diario Japan Times. Será la primera vez que el Comité Central se reúna desde la sesión de cuatro días a fines de diciembre, cuando Kim Jong-un exigió un “avance frontal” para fortalecer la economía y la seguridad del estado. También advirtió al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que Corea del Norte ya no estaba obligada a cumplir su promesa de detener importantes pruebas de misiles.