Chubut: confirmaron la perpetua para el albañil que degolló a su hija de 6 años

La Cámara Penal de Puerto Madryn confirmó este martes la prisión perpetua para Manuel Antonio Ávila (43), el albañil condenado por golpear y degollar a su hija de 6 años, Martina. El crimen ocurrió en abril de 2019 en una vivienda de esa ciudad chubutense y el autor confesó desde un principio. “Policía lléveme preso, maté a mi hija”, les dijo a los oficiales minutos después del asesinato.

Ávila recibió la sentencia a perpetua en septiembre pasado y, posteriormente, el defensor público Diego Trad pidió a la Justicia que haga lugar a la aplicación de circunstancias extraordinarias de atenuación, para que la pena a cumplir sea entre 8 y 25 años de prisión. A su vez, el letrado había solicitado que se declare inconstitucional la prisión perpetua en el caso concreto.

Finalmente, los camaristas Rafael Lucchelli, Leonardo Pitcovsky y Flavia Trincheri rechazaron ambos planteos, en un fallo comunicado este mediodía a través de correo electrónico, según confirmaron fuentes del Ministerio Público Fiscal chubutense. De esta manera, Ávila seguirá detenido en la Alcaidía de Comodoro Rivadavia.

El crimen sucedió la noche del 13 de abril de 2019. Cerca de las 20, los gritos de Ávila rompieron la calma en el barrio San Miguel de Puerto Madryn. El albañil salió de su casa para patear el portón de la vivienda de un vecino, el policía Rodrigo Lamas. “Lléveme preso, maté a mi hija”, vociferaba en medio de la calle.

Lamas se asomó y vio a Ávila exaltado, con un cuchillo en la mano y el torso desnudo y ensangrentado. Inmediatamente, dio aviso a la Policía y luego salió a buscarlo, pero el vecino huyó. “Cuando me vio, salió corriendo. Di aviso a la Policía y a los tres minutos llegó el móvil. Ellos entraron a su casa y salían rápido agarrándose la cabeza. ‘Se la mandó’, gritaban”, recordó el agente durante el juicio.

“Después, entré yo a la casa y vi a la nena tirada en el piso. Le tomé el pulso y no tenía, así que salí para no contaminar la escena. No quise mirar más porque yo también tengo una hija”, continuó el testigo.

Martina fue encontrada sobre un gran charco de sangre. Tenía sus brazos y piernas extendidos y un corte profundo en el cuello que llegaba casi hasta la columna. La pericia de tipificación de ADN sobre el cuchillo certificó rastros de sangre pertenecientes a Ávila y a su hija. En tanto, la autopsia determinó luego que la víctima también había sufrido múltiples golpes en el cuerpo y la cabeza.

A Ávila lo capturaron esa misma noche, a unas tres cuadras de su casa. Tenía una herida de arma blanca en su pecho que, se supo luego, se provocó él mismo. La investigación recayó en manos de los fiscales Ismael Cerda y Fernando Blanco, quienes lo acusaron de homicidio agravado por el vínculo.

La hipótesis que se barajó desde el comienzo del caso es que cometió el crimen tras enterarse de que su ex pareja, y madre de la nena, tenía otra relación. Ávila reconoció haber matado a su hija durante el juicio y refirió a la condición de que Martina, que padecía un retraso mental y trastorno en el desarrollo motriz.

“Fui yo. Quería aclarar que todo eso vino a causa del momento que nos enteramos que tuvo retraso. Yo quise quitarme la vida, que nos vayamos los dos. Primero ella y después yo. Me quise quitar la vida, pero no tuve la suerte”. Con esas palabras confesó el crimen ante los jueces Daniel Yangüela, Patricia Reyes y Marcela Pérez en la jornada de alegatos.

“Me quedé a sufrir acá, de por vida. Aquí estoy muerto en vida. Todo lo iba acumulando, porque era un tipo cerrado; eso me jugó una mala pasada. Me cerré en mí mismo. Yo no era feliz, era un tipo infeliz, sufría mucho. Siempre entregué todo por ello, fui un pelotudo por no pedir ayuda”, intentó justificar.

El abogado Trad sostuvo que el filicidio se produjo bajo una “circunstancia extraordinaria” y que su defendido “la mató para evitar el sufrimiento de la niña”.

“Planteó que Ávila no podía solucionar solo los problemas de salud de la niña y sentía una supuesta angustia de no saber qué sucedería con ella si él o su madre no estuvieran con vida para ayudarla. Que eso lo llevó a ingresar en una encrucijada de la que no pudo salir”, indicaron fuentes del caso. En esa línea, pidió que la pena sea entre 8 y 25 años. Y, tras la condena de perpetua, planteó arbitrariedad en la valoración de la prueba.

La versión de la defensa resultó “a todas luces inverosímil” para la fiscalía. “De los propios testimonios reproducidos en el debate surge que la niña era feliz, se relacionaba con otros chicos, jugaba, había sido abanderada de jardín. Nada le impedía desarrollar una vida normal acorde a su edad”, concluyó la investigación.

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