Si bien la mayoría de los economistas evitan hablar de “hiperinflación”, el consenso ya conjuga el nuevo verbo. Porque uno de los efectos colaterales de la pandemia y de la cuarentena parece ser la incubación de un futuro sinceramiento de precios. Por lo que la gestión de este proceso será clave cuando la economía tienda a normalizarse.
Tras la implementación del aislamiento obligatorio las tasas de inflación se mantienen bien por debajo del 2% mensual y parece que así seguirán un tiempo más. O sea, por el momento no se perciben presiones inflacionarias. Claro que a nadie debería sorprender el comportamiento del índice general de precios minorista cuando poco más del 22% de la economía logró mantenerse más o menos de pie por su condición de “esencial” (Campo, Industria de alimentos, Supermercados, Bancos y seguros e Industria Química).
El resto está siendo afectado con diferentes niveles de daño. Más del 36% del PBI está complicado por las restricciones sanitarias y su recuperación depende del consumo interno y la exportación (Comercio no alimentos, Transporte y comunicaciones, Entretenimiento, Residuos, Madera, Papel, Plástico, Industrias textiles y calzado, Turismo y Automotriz); otro 16% del PBI está en serias dificultades también por las restricciones sanitarias y porque dependen de la inversión (Construcción, Siderurgia, Maquinaria, Petróleo y Minería) mientras que el restante 25% (Salud, Educación, Sector público y Actividades inmobiliarias) no gravita y está afectado heterogéneamente. Se tiene una economía que cae a un ritmo del 5% anual en el primer trimestre y se espera que lo haga al 15% en el segundo.
Frente a semejante desbarajuste era difícil ver asomar presiones inflacionarias más allá del salto de la brecha cambiaria. De modo que cuando se observa del IPC, que a simple vista refleja cierto control de la inflación, en realidad esconde una realidad subterránea. Como señala Macroview sólo el 15% del IPC es lo que está midiendo el INDEC, el resto está fuera de la canasta. Al respecto, el economista Carlos Melconian suele advertir que estos índices, bajos, no son para “creérsela” porque no hay un plan antiinflacionario.
Esto se ve claramente al observar que del IPC relevado por el INDEC el rubro Alimentos, que representa un 27% de índice, tiene productos sin precios máximos (carnes, frutas, verduras y huevos) que explican el 15% del IPC mientras los Alimentos con precios máximos (pan y harina, aceites y grasas, productos lácteos, condimentos, bebidas, dulces) son el 12%. Luego se tiene un grupo con precios congelados (tarifas públicas, alquileres, combustibles, medicamentos, prepagas) que son un 27% del índice y el resto, un 46%, está bajo el impacto de la cuarentena (el gran resto de los precios, principalmente servicios privados y de esparcimiento y cultura, indumentaria, bienes y servicios de cuidado personal, restoranes y hoteles). Y la inflación núcleo ya empezó a mandar señales.
De modo que lo que se está se viendo de inflación es solo parte de la película. Y los márgenes comerciales lo están mostrando. Aumentaron fuerte antes del control de precios y ahora solo suben los que venden, alimentos, bebidas, medicamentos y limpieza. El resto no vende. Por eso los márgenes no solo están bajando sino que se ven renegociaciones en varios sectores. Y las tarifas públicas, congeladas, seguirán un tiempo más en el freezer. Mientras que los salarios privados, incluso aquellos con cláusula gatillo, ven ajustes, sobre todo en sectores que vienen empatando e incluso ganándole a la inflación.
Todo este panorama plantea que esta represión de precios, en algún momento necesitará aflorar. Todos evitan referirse a un escenario de hiperinflación. Hasta Domingo Cavallo recientemente habló de “sinceramiento” de precios como puntapié de un plan de estabilización. Su colega Ricardo Arriazu viene señalando, al igual que Miguel Broda y otros, sobre los riesgos de los desequilibrios monetarios. De ahí que Arriazu recomienda que, si bien hoy no hay presiones inflacionarias, si la economía después se normaliza y el BCRA deja libre todo el exceso de pesos y sigue subiendo el dólar informal, cuidado porque entonces surgirán presiones inflacionarias. Y alerta, a la hora de hablar de híper, mejor que a nadie se le ocurra devaluar. En ese momento habrá que esterilizar todo el exceso de pesos. Broda explica que el exceso de pesos, producto del financiamiento monetario del déficit fiscal, terminará activando la turbina macro de la tasa de inflación, que pasará por encima de todas las demás turbinas pese a los congelamientos, controles y regulaciones a las que el Gobierno probablemente apelará para mantener contenida la inflación”. Por ende la magnitud del aumento inflacionario que esté por venir dependerá de lo que haga el Gobierno en materia fiscal y monetaria.
“Claro está que resultará crucial para el devenir inflacionario que no haya sorpresas (ajuste devaluatorio) ni malas decisiones (default de la deuda pública)”, dice Broda. No hay duda de que será una tarea por demás de sintonía fina. Casi una neurocirugía para evitar descarrilar.