“Una sociedad que pone la igualdad antes que la libertad tal vez no logre ninguno de los dos objetivos”, dijo el economista Milton Friedman, una frase que Javier Milei recordó con frecuencia antes de convertirse en presidente de Argentina. En un país donde la justicia social había sido un pilar del discurso político desde el peronismo, Milei defendía con convicción que la redistribución del ingreso bajo ese concepto no es más que una forma de injusticia, una política que convierte al Estado en un ente represivo que otorga privilegios de manera arbitraria.
Estas ideas, ahora resonando en Argentina y más allá, encontraron un aliado en Elon Musk, quien no solo compartió las palabras de Milei sino que las difundió a una audiencia global, convirtiendo al presidente argentino en una referencia internacional del pensamiento libertario. El video de Milei hablando sobre la justicia social fue visto por 61 millones de personas, consolidando su influencia en la arena política mundial. Con el respaldo de Musk, quien además es una figura clave en la política estadounidense, el nuevo movimiento va mucho más allá de una simple oposición a la cultura “woke”: es una apuesta por una economía donde el Estado interviene lo menos posible y los ciudadanos exitosos, libres de restricciones, generan bienestar para todos.
Este cambio no solo se da en Argentina. A nivel global, líderes de la nueva derecha defienden que la prosperidad general llegará si se permite que los más ricos operen sin trabas. Esta narrativa, celebrada en eventos y en redes sociales, ha sido clave en el ascenso de figuras como Donald Trump en EE.UU. En un acto con donantes millonarios, Trump, entre risas, prometió a sus seguidores de altos ingresos que pagarán menos impuestos bajo su administración. Sin embargo, la particularidad de esta revolución es que se ha dado democráticamente, desafiando los paradigmas de una época en la que las mayorías de bajos recursos parecían inclinarse hacia políticas de bienestar social.
La situación actual desafía las explicaciones tradicionales de los movimientos sociales. En el pasado, las democracias balanceaban las demandas de los pobres y las necesidades del capital, en parte debido al peso electoral de las clases populares. El peronismo, por ejemplo, regresaba al poder porque tenía un discurso y políticas que atraían a las mayorías. Sin embargo, en este nuevo contexto, incluso los sectores menos favorecidos han optado por apoyar a quienes les proponen menos Estado y menos impuestos, una posición que rompe con la lógica redistributiva que predominó durante décadas.
La transformación es tan impactante que resulta difícil entender cómo el cambio de valores se ha consolidado en sociedades tan diferentes. La pobreza y la falta de asistencia social, lejos de generar oposición, han dado lugar a una profunda indignación contra las políticas tradicionales de bienestar, una emoción que ha sido aprovechada por quienes promueven la desregulación y una mayor libertad económica. En EE.UU., por ejemplo, Bernie Sanders sostiene que el Partido Demócrata perdió el apoyo de los trabajadores al no desafiar la creciente desigualdad, lo que explica por qué muchos latinos y afroamericanos apoyaron a Trump.
Así, la pregunta de si este experimento beneficiará a las mayorías permanece sin respuesta. En el corto plazo, los sectores más adinerados parecen beneficiarse de políticas que favorecen la desregulación. Pero el futuro aún es incierto. ¿Podrá este modelo brindar una mejora de vida sostenible para todos? ¿O se convertirá en un sistema que privilegie a unos pocos mientras deja a muchos otros en la precariedad?
Por ahora, Milei celebra una aparente estabilidad económica en Argentina y un crecimiento en las ganancias de las grandes empresas, aunque el número de personas en situación de pobreza también ha aumentado. En este experimento, los resultados a corto plazo parecen premiar a unos pocos antes que a todos.
El verdadero impacto de este cambio de paradigma global se verá con el tiempo. Lo que es evidente es que una nueva era está en marcha, con vientos que soplan hacia un modelo radicalmente distinto al que predominó durante el siglo pasado. Y esos vientos soplan fuerte.