Durante toda la pandemia, cuando nada o casi nada se hacía en la administración pública, todas las dependencias oficiales inundaban redes sociales y medios de prensa con los mismos partes: capacitaciones de la Ley Micaela. Las fotos de zoom salieron por centenares, en todos lados se capacitaba y los funcionarios se felicitaban.
La Ley Micaela fue promulgada el 10 de enero de 2019. Establece la capacitación obligatoria en género y violencia de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se llama así en conmemoración de Micaela García, una joven entrerriana de 21 años, militante del Movimiento Evita, que fue víctima de femicidio en manos de Sebastián Wagner.
“Buscamos transmitir herramientas y (de)construir sentidos comunes, que cuestionen la desigualdad y la discriminación, y transformen las prácticas concretas de cada cosa que hacemos, cada trámite, cada intervención, cada proyecto de ley y, en definitiva, cada una de las políticas públicas. Se trata de una oportunidad para jerarquizar la formación y ponerla al servicio del diseño de políticas públicas con perspectiva de género en clave transversal, es decir, en todo el Estado”, se explica. Hermoso todo y muy útil.
Pero en Catamarca sucedió que un sargento de la policía atacó a tiros a su expareja y a la hija. Un policía, sí. Con el arma reglamentaria y con las municiones que le provee el Estado, baleó a dos mujeres.
Si hizo el curso o no, no sabemos. A esta hora da lo mismo, es un asesino en potencia, que tuvo cómplices para actuar como actuó. Sus cómplices le dieron el arma y las balas sin cerciorarse de que fuera una persona capaz.
Entonces alguien que cobra un sueldo por proteger la comunidad, usa esas herramientas para atacar sin piedad. Ahora se anunció que se van a hacer pericias psicológicas para definir ascensos en la policía, algo que hace una década se dejó de hacer. Un poquito tarde reaccionaron.
Pero el fracaso de la aplicación de la Ley Micaela, nada menos que en la fuerza de seguridad, no se revela sólo por este gravísimo hecho. Podría decirse que fue un acto individual, una reacción de una sola persona, un momento de locura, lo que sea. Pero no.
Después de balear a dos mujeres, Ortega fue recibido como un querido camarada en la comisaría y se puso a tomar mate en el patio con sus compañeros. Las mujeres luchaban internadas en un hospital, el mateaba tranquilo.
Quiere decir que tampoco sus colegas hicieron el curso, o si lo hicieron no aprendieron nada de nada.
Hubo otros casos de hechos extremos de violencia de género con integrantes de la Policía de Catamarca como protagonistas. Hechos violentos, hechos fatales también.
Y la tardía respuesta llegó recién después que las balas policiales hicieron impacto en otras personas. Es más, nada hubiera pasado –seguramente- si no se viralizaba la foto del agresor tomando mate con otros policías.
Ortega disparó el arma, pero tuvo cómplices. Esperemos que actúen en serio sin necesidad de esperar otra desgracia, y alguna vez aprendan que no se pueden poner armas de fuego en manos de cualquier psicópata con uniforme.
El Catucho.