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La improvisación como regla y la máxima de nunca decir que no

El médico en el hospital, el docente en la escuela, el agrónomo en el campo y el ingeniero en la fábrica. Como esos juegos para infantes en los que hay que unir con flechas, la lógica más simple indica que para cada tarea y ámbito laboral hay una formación específica y un profesional idóneo para cumplirla. Excepto en el Gobierno, donde ya parece una tradición improvisar funcionarios. Las más recientes designaciones en el Ejecutivo replicaron este llamativo y preocupante patrón: ninguno de los últimos cuatro ministros puestos en funciones tenía previamente ni formación ni experiencia en el área que se les asignó gestionar. Y parecen haber llegado a sus nuevas funciones para aprender más que para dirigir. 

Es cierto que siempre que se empieza en un nuevo empleo o función hay muchas cosas que aprender; flujos de trabajo, manuales de procedimientos, sistemas de gestión, la contraseña de la nueva computadora o la ubicación de la máquina de café. Cada vez que se asume un nuevo rol, se necesita un periodo de adaptación a las tareas, en el que se recorrerá una curva de aprendizaje hasta llegar a ser un trabajador productivo.

Pero, una cosa es tener que aprender los mecanismos internos, la información importante, la misión, visión valores o el nombre de los nuevos compañeros, y otra muy diferente es tener que estudiar de cero la materia del cargo en el que asumieron. Cosa que, en mayor o menor grado, pasa con las más recientes incorporaciones en el gabinete provincial.

Desde la flamante asunción del contador Cesar Rafael Tobías como nuevo Ministro de Agricultura y Ganadería, pasando por el nombramiento de la abogada Andrea Centurión en Educación, hasta la designación de la abogada Fernanda Ávila en Minería (y con ciertos matices, el caso de Gustavo Aguirre en Seguridad) claramente la elección de todos estos funcionarios es más una apuesta al aprendizaje sobre la marcha que a la experiencia y la formación profesional.

En Recursos Humanos hay abundantes estudios y literatura sobre el tiempo que tarda una persona en ser productivo cuando asume una nueva función y cómo acelerar esa “curva de aprendizaje” para que el profesional pase lo más rápidamente posible de la etapa de la adaptación a la de la productividad. Proceso que, en el caso de los nuevos funcionarios podría durar meses o años. Es que ninguno de estos funcionarios tuvieron formación ni experiencia alguna en el área que le encomendaron gestionar. Que, dicho sea de paso, son de enorme sensibilidad e importancia. 

Aun poniendo el mayor de los optimismo, es difícil creer que vastos y complejos ámbitos como la producción, la educación o la minería, para los que la educación superior ofrece una inmensidad de conocimiento específico en carreras de grado y especializaciones, puedan ser gestionados con éxito por funcionarios que ni se formaron ni trabajaron nunca antes en ellos. 

Y al mismo tiempo, es difícil entender la elección. Así como nadie llamaría a un cocinero para que repare una pérdida de agua o se sentaría a que un mecánico le arregle una muela, cuesta encontrarle racionalidad a la elección de personas sin formación profesional ni experiencia  para asumir la gestión de carteras tan importantes.

Es verdad que en dichas estructuras ministeriales los cuadros técnicos y los empleados trascienden los cambios de ministros y su permanencia es una mínima garantía de que todo continúe medianamente funcionando. Pero más allá de las cuestiones mecánicas de la actividad cotidiana, la definición de las metas, la planificación de las estrategias y tácticas, y las decisiones políticas (por mencionar algunas) son facultades y responsabilidades de quien ejerce la conducción del área. De otro modo, si solo con el trabajo de los empleados y profesionales de planta fuera suficiente para gestionar un ministerio, sería un reconocimiento implícito de que la figura del ministro es innecesaria (como así también el gasto de su salario).

Ahora bien, mirando el CV de los nuevos funcionarios, no es malicioso señalar que pueden pasar muchos meses (o tal vez años) hasta que la abogada Centurión acumule la experiencia y los conocimientos mínimos para poder establecer lineamientos educativos para la provincia, o para que la abogada Ávila pueda definir las políticas mineras o sentarse a negociar con las multinacionales del rubro, o el contador Tobias entienda de producción lo suficiente como para tomar decisiones sobre la agricultura y la ganadería de Catamarca.

Para peor, en alguno de los casos mencionados, esta escasa formación y experiencia profesional de los nuevos ministros queda aun más en evidencia cuando se la contrasta (como negro sobre blanco) con el curriculum sus predecesores. A la par de la formación universitaria y las más de dos décadas de experiencia del ingeniero en Minas Rodolfo Micone, la nueva ministra queda reducida a no mucho más que una junior del rubro. Algo parecido le pasará al contador Tobias al compararse con el ingeniero Agrónomo Daniel Zelarayán y su probada trayectoria y experiencia en el ámbito. Y aunque, a decir verdad, la gestión de Gordillo en Educación no fue nada brillante, al menos tenía formación docente, con lo que de movida aventaja a la abogada Centurión.

En este escenario, también surge preguntarse por el grado de (i)responsabilidad que le cabe a quién acepta un cargo para el que sabe que no está preparado. Y ahí aparece como respuesta esa regla mezquina del juego político que establece que nunca se debe decir No a un ofrecimiento y que más lejos llegan los audaces que los sensatos. La honestidad intelectual y la responsabilidad, si advierten que el cargo le queda grande, son un estorbo que mejor evitar.

Con un análisis un poco más exhaustivo, estas consideraciones se podrían extender a muchísimas otras áreas del Gobierno, en las que sus titulares tienen muy poco o nada que ofrecer desde su formación profesional o experiencia laboral que expliquen su designación. Algunos dirán que cualquier gobernante necesita gente de confianza para ocupar cargos de primer nivel. Verdad totalmente indiscutible, pero que se debería conjugar en iguales proporciones con las capacidades y experiencia profesional de los colaboradores para garantizar éxito en dichas áreas. A menos que sus funciones se limiten a la de meros administradores, y las decisiones estratégicas se toman en otros escritorios. 

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