Tolerancia cero. Controles estrictos. Restricciones a la circulación. Multas más caras. Amenazas de despidos. Aumentaron los contagios de coronavirus en Catamarca, como era absolutamente previsible que suceda, y el Gobierno acudió a la “novedosa” estrategia del miedo y la coerción. No solo dan marcha atrás en las flexibilizaciones que se autorizaron con el regreso a la Etapa Verde (y que se habían anunciado como estrategias de promoción del turismo), sino que implícitamente se culpa a la sociedad del incremento de casos. Y se los intima a acatar, bajo amenazas de difícil cumplimiento que se parecen mucho a la figura del cuco y el viejo de la bolsa.
Desde principios de diciembre del año pasado y hasta el primer fin de semana del 2021, rigió en Catamarca la fase o etapa más permisiva desde que comenzó la cuarentena. Identificada con el color Verde, esa nueva instancia del aislamiento habilitó una gran cantidad de actividades que habían estado vedadas durante los nueve meses anteriores: reuniones sociales en grandes grupos, turismo, ingreso a la provincia sin controles, actividades culturales, deportivas y de recreación entre otras. Coincidente con los festejos de fin de año y las vacaciones, sumado a la necesidad de la gente de descomprimir casi 10 meses de restricciones, el uso de los nuevos permisos fue masivo. Previsible, igual que sus consecuencias.
Este martes, Catamarca llegó a 4 mil casos de coronavirus desde el inicio de la pandemia, de los cuales un 25% se registraron en el último mes, perìodo de mayores permisos. Un escenario muy simple de proyectar hace 30 días cuando se autorizaron las nuevas flexibilizaciones. No eran necesarios conocimientos de epidemiología para saber que tras nueve meses de cierre, y sin haber transitado aún el pico de la pandemia, Catamarca experimentaría de la mano de esos permisos un incremento de contagios. Y, sin embargo, por su discurso y sus acciones, al Gobierno parece haberle agarrado por sorpresa.
La etapa de mayores flexibilizaciones, el color o el nombre que se le de ya da igual, se autorizó con el discurso de permitir la postergada socialización con amigos y familiares, aunque sea en un momento especial del año como son las celebraciones de Navidad y Año Nuevo. Además, se dispuso eliminar algunos de los requisitos más estrictos para el ingreso en la provincia con el objetivo de facilitar la llegada de visitantes eventuales por las fiestas y el turismo.
Y sucedió lo esperable. La ecuación era muy clara. Después de meses de abrumadores controles y restricciones, con todos los contratiempos implícitos y el hartazgo social, la liberación inevitablemente provocaría un aumento de los contagios de coronavirus. Y fue exactamente lo que finalmente sucedió. Pero la reacción del Gobierno ante el previsible escenario da la sensación de que los tomó por sorpresa.
La reimplementación de restricciones en la circulación y el cierre de la provincia al turismo demuestra que, por algún motivo, lo que era evidente no estaba en las proyecciones del Gobierno. Y aunque funcionarios remarcaron que habría que aprender a convivir con el virus, desde el 2 de enero Catamarca no solo volvió a restringir el tránsito, sino que además regresó al caos de que cada municipio haga lo que le dé la gana, según el criterio tragicómico de los COE municipales, basados en criterios surrealista.
Y para “garantizar” el acatamiento de las nuevas restricciones, el Gobierno y las fuerzas de seguridad despliegan otra campaña de miedo, parecida al papá cuando pretende asustar con el viejo de la bolsa a su hijo pequeño que no se quiere ir a la cama temprano. Las multas y todas las calamidades que las autoridades prometen para los insurrectos, ya perdieron el poder de disuadir a los que no aceptan cumplir impelidos por su responsabilidad civil.
La incapacidad lógica de controlar y castigar a todos los transgresores (claramente el número de policías no alcanza para garantizar una vigilancia implacable) desautoriza al Estado en su aspiración de presentarse como férreo. Y los pocos contraventores que son alcanzados por el aleatorio brazo del control y el castigo son vistos más como “perejiles” que como ejemplos amonestadores que disuaden el incumplimiento.
No hay discusión sobre la necesidad de ordenar y planificar las acciones de prevención del coronavirus, responsabilidad inherente al Estado. Tampoco se discuten las aperturas y flexibilización de la cuarentena, que más bien se consideran necesarias. Lo difícil de entender es la toma de decisiones sin la proyección de las implicancias, los retrocesos imprevisibles y las reincidencias en mecanismos caducos que ya no asustan a nadie.