Walter, el autodestructivo

Walter Arévalo vive denunciando que tiene muchos enemigos: en el municipio, en la justicia, en la policía, en otros gremios, en la prensa, en todos lados. Vive señalando enemigos porque los necesita para mantener la imagen que imaginó de sí mismo, la de líder corajudo que a todo le hace frente, se presenta como el luchador eterno y por eso necesita alguien con quien luchar todo el tiempo: real o imaginario.

Lo cierto es que en el camino de ascenso tuvo más amigos que enemigos. No se afianzó en la conducción del gremio sin resistir nada, sino por recibir los favores de un intendente que lo alimentó muy bien, y le permitió saldar las deudas de la entidad gremial.

Pero se lo comió el personaje y se lo creyó. Y así empezó a autodestruirse.

Por ejemplo, hablando pestes de los políticos pero soñando convertirse en uno de ellos. Como cuando declaró que le habían ofrecido ser ministro. Como cuando amagó con presentarse para diputado. O ahora que se decidió a candidatearse para concejal. Queda muy claro que quiere ser político, porque en algún punto lo seduce ese mundo al que dice odiar.

Pero metió la pata, y muy feo. Parece que manejaba borracho, que se quedó dormido, que llegó la policía y ahí se hizo el malo, como siempre. Amenazó, prepoteó y pegó. Pero le salió mal. Y terminó detenido con un escándalo… a una semana de la elección.

Como frutilla del postre, se indagó en qué vehículo viajaba. Y era una camioneta que era suya, pero ya no es suya, aunque sí… la camioneta era de él, se la vendió al SOEM, se quedó la plata y la sigue usando porque él es el capo del SOEM. No es lo que se dice un derroche de transparencia.

Y se van sumando perlitas a su campaña, y Arévalo ya mostró su verdadera cara.

Capaz que recupera votos, capaz que recupera plata, capaz que deja todo esto atrás. Pero será difícil que recupere la credibilidad. La imagen pública no se construye dos o tres veces.

Podría haber llegado más lejos. Pero se ocupó de arruinarlo él solo, por más que ahora se dedique a buscar toda clase de culpables. A la almohada no le va a poder mentir. A los catamarqueños tampoco.

El Catucho

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