El debate por la Interrupción Voluntaria del Embarazo está atravesado por posiciones radicalizadas y visiones totalizadora, que dan como resultado falacias que luego se usan como argumento para una u otra postura y tergiversan la discusión. El debate social, el de la calle, y el institucional, el del Congreso, se inunda de maniqueísmos, exageraciones, premisas presentadas como verdades universales, que contaminan el análisis de un asunto de enorme delicadeza. El congreso está a punto de clausurar y decidir, con debate apurado e inconcluso.
Aborto legal o aborto clandestino; las mujeres pobres abortan en condiciones insalubres y las muejres ricas, en ambitos seguros; todas las feministas son pro aborto; todos los que estan en contra de la interrumpción de embarazo son fanáticos religiosos; no hay argumentos cientificos en contra del aborto; las personas religiosas no pueden estar a favor de la IVE. Gran parte de la dinámica del debate está construido en base a posturas presentadas como dogmas y la demonización de las opiniones contrarias. Como si las posiciones moderadas o conciliadoras debilitaran.
El Congreso está a punto de entrar en la última fase del tratamiento legislativo del proyecto del IVE, y el debate aún no logró separar “la paja del trigo”. Pero más por falta de voluntad que por la dificultad de lograrlo. Como en una lucha a todo o nada, en ambos grupos primó la polarización y la exageración como estrategia comunicativa, dejando poco o ningún espacio para el entendimiento. Con todo lo dañino y peligroso que es eso para la construcción social.
Con el proyecto de la legalización del aborto a punto de debatirse en la Cámara de Senadores, toda esa espuma, que se esperaba que decante y deje lugar para ver lo sustancial, continua igual de revuelta y enturbiando la discusión. Dos grupos fuertemente polarizados y en el medio una gran porción de la sociedad intentando sacar algo en limpio de todo ese torbellino.
Y en el Congreso, condicionados por toda esa presión y efervescencia, los legisladores maniobran como equilibristas, obligados por un proyecto que, en nombre de la urgencia (otra exageración que contamina el debate) no otorgó tiempos para la maduración.
Más allá de las implicancias legales y constitucionales que podría tener la aprobación de la IVE, el Congreso no demostró la mesura ni la solidez que se esperaría en el tratamiento de un proyecto de esta naturaleza. Una iniciativa que avanzó más por las presiones y las posturas radicalizadas que por los convencimientos.
El proceso está viciado de totalizaciones y falacias desde un principio. Hasta ahora, todo fue un debate apresurado e inconcluso. Y, sea cual sea la resolución en el Congreso, parece destinado a arribar a una decisión de dudosa legitimidad. Con la experiencia del proyecto fallido durante la presidencia de Macri, y si la actual iniciativa volviera a quedar trunca por un rechazo de la Cámara se Senadores, la lección sería muy clara: la legalización del aborto es un asunto sobre el que debe expresarse la sociedad de forma directa e individualmente a traves de su voto en una consulta pública.