El 3 de marzo de 2020 todo cambió en la Argentina. Claudio Ariel Pazzi de 45 años llegó al aeropuerto de Ezeiza desde el norte de Italia, epicentro del coronavirus en Europa, sin complicaciones médicas pero con el resultado de su hisopado positivo.
Ese martes se confirmó el primer contagiado de COVID-19 en la Argentina y abrió camino a la “nueva normalidad”. Lejos habían quedado las palabras del entonces ministro de Salud, Ginés González García, a los periodistas que consultaban por las medidas sanitarias cuando la pandemia se extendía por Asia y Europa: “Se trata de un riesgo moderado”. Sin embargo, el virus avanzaba rápido. Apenas una semana antes había llegado a América Latina, con el caso cero de Brasil y antes de que termine el verano estaba en la Argentina.
Con un ritmo vertiginoso, el léxico específico de la pandemia infectó el vocabulario local: “curva de contagios”, “protocolo sanitario”, “contacto estrecho”. Mientras, los médicos infectólogos desfilaban por los canales de TV para enseñar lavado de manos más efectivo y debatían el uso correcto del barbijo.
El 20 de marzo el decreto 297/2020 estableció “el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) para todas las personas que se encuentran en el país”. La noche anterior Fernández, que atravesaba en ese momento su mayor pico en cuanto a índices de popularidad, había explicado los motivos de la medida en una conferencia de prensa de la que también participaron dirigentes oficialistas y opositores.
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