“Ahora va a tener que jugarse a fondo. Es el momento. Ya no hay más que decir”. Así resumió un dirigente bonaerense el clima en el peronismo después de que Cristina Kirchner lanzara una crítica feroz contra Axel Kicillof durante un acto en el sindicato SMATA. Sin mencionar explícitamente la palabra “traidor”, la ex presidenta comparó al gobernador con figuras bíblicas como Judas Iscariote, evidenciando un profundo malestar.
La respuesta en el entorno de Kicillof fue de sorpresa y descontento por la contundencia del ataque. “Parece que el acto le dolió. Es triste ver a alguien que se cree Jesús hablar así. Claramente, no tiene problemas de ego”, comentó irónicamente un funcionario provincial presente en el evento de Berisso.
La serie de acontecimientos recientes muestra claramente la crisis en el movimiento peronista. Mientras Kicillof llamó a la unidad, el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, evitó llegar a un acuerdo con Cristina en el PJ Nacional. La ex mandataria presentó su propia lista para competir en las elecciones internas del partido, acusando de traición a Kicillof. Estos episodios, ocurridos en solo tres días, han dejado en evidencia la falta de moderación en las palabras y gestos, y han desatado una confrontación sin filtros.
Algunos de los dirigentes cercanos a Kicillof ven la actitud de Cristina como un signo de debilidad. Argumentan que “le incomoda la centralidad que ha logrado Axel y su incapacidad para controlar la interna del PJ”. Señalan que, pese a ser la figura más relevante del movimiento, la ex presidenta no ha logrado el consenso necesario para liderar el partido.
Desde el kirchnerismo, el discurso de Kicillof se percibió como una puesta en escena y un posible lanzamiento de su candidatura presidencial, lo que aumentó la desconfianza. “Si no fuera por Cristina, Axel estaría dando clases en una universidad”, afirmó un dirigente de La Cámpora, enojado por lo que considera falta de gratitud del gobernador. Para algunos, Kicillof se ha convertido en el principal adversario interno del kirchnerismo, una figura a la que ya no se le reconoce la misma lealtad.
La esperanza de lograr una unidad que abarcara a todos los sectores del peronismo, alentada por los gestos de Kicillof en Berisso, se desvaneció rápidamente tras las declaraciones de la ex presidenta. La acusación ha marcado un punto de inflexión, sembrando un quiebre en el peronismo que parecía impensable pero que ahora es evidente.
La dureza de Cristina hacia Kicillof, su protegido político y asesor económico de confianza, representa un cambio drástico. Al equipararlo con figuras como Judas y Poncio Pilatos, le ha dejado una marca imborrable. La comparación refleja la percepción de que Kicillof busca relegar a Cristina para forjar su propio liderazgo. Esto ha abierto una herida en el movimiento peronista que será difícil de sanar.
Las críticas internas y el descontento con el liderazgo de Cristina y Máximo Kirchner han ganado fuerza. Cada vez son más los que piden una renovación y un cambio en el método de conducción, lo que podría desencadenar una disputa de poder. “Vamos a hacer lo que sea necesario. Así nos enseñó Cristina”, aseguraron desde La Plata, dejando claro que están dispuestos a confrontar.
En este nuevo escenario, Kicillof es visto como el artífice de un plan para debilitar la autoridad de la ex presidenta, respaldado por dirigentes críticos como Jorge Ferraresi y Andrés “Cuervo” Larroque. La posibilidad de que Cristina quede fuera del liderazgo del PJ también ha tomado impulso con los recientes movimientos de Quintela.
El peronismo enfrenta un momento de profunda transformación. El conflicto actual podría desembocar en una redefinición de roles, métodos y figuras, lo que abriría la puerta a un cambio significativo en el movimiento. Los próximos pasos son inciertos, pero el impacto de esta fractura es innegable. La ruptura entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof ha marcado el fin de una era y el comienzo de un nuevo capítulo en la política argentina.