A nadie sorprendió la salida de Rodolfo Micone al frente de Minería, ya que el funcionario, que batió récords al permanecer toda una década en el Poder Ejecutivo, en cuatro mandatos y con tres gobernadores distintos, no podía resistir mucho más en el cargo, y desde hace tiempo vienen los rumores de que se pasaría a la actividad privada.
El hombre que arrancó allá por 20110 con Eduardo Brizuela del Moral como jefe, se alineó con Lucía Corpacci en 2011, siguió con Corpacci en 2015 y abrazó a Raúl Jalil en 2019, deja una marca que será la envidia de todo funcionario que asuma de aquí en más.
Porque el gran logro de Micone es que nunca fue electo para un cargo por el voto, pero allí estuvo, diez años inamovible en la función pública, con un detalle para el aplauso: toda su carrera fue ascendente. Largó como tímido director, fue secretario y terminó como ministro.
Poco agraciado para hablar, acostumbrado a ningunear a la prensa, más interesado en sponsorear equipos de polo porteños que en otra cosa, demostró que tenía razón en todo: le fue excelente y se va como quiere a gozar la vida.
La salida de Micone se venía barajando desde hace meses, y sólo hacía falta esperar a que madurara la fruta para la concreción.
Lo que sí sorprendió fue el salto espectacular de Fernanda Rosales, de presidenta del Colegio de Abogados a Asesora General de Gobierno.
La doctora había sido furiosamente castigada por sus colegas por avalar la eliminación de Consejo de la Magistratura, y hasta salieron a pedirle la renuncia.
Ahora se fue, pero… chupate esa mandarina, va a ser la abogada número uno del gobierno. Pertenecer tiene sus privilegios, y defender al gobierno también. Bye, bye abogados, sigan quejándose y firmando notas contra Rosales. Y cualquier cosa que necesiten del gobierno ya saben, necesitan el dictamen de Asesoría.
Un cambio de película donde Rosales se caía al piso y, como Rocky Balboa, celebró con los brazos en alto: “¡Familia Rosales, lo logré!”.
La Visión del Catucho