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Se cumplieron 45 años: la noche cruel en la que Bussi trasladó mendigos de Tucumán a Catamarca

En 1977 el genocida Bussi era gobernador tucumano de facto. Esperaba que el dictador Jorge Rafael Videla fuera por el 9 de julio y decidió hacer una “limpieza” de la capital provincial. Cómo fue la cacería de los mendigos y su destierro a una hostil zona catamarqueña.

Primero los encerraron en la comisaría de Tucumán ubicada frente al parque 9 de Julio. Después los llevaron en un camión del Ejército hasta el límite con Catamarca. En medio de la nada, en un camino desierto entre dos pueblos llamados Bañado de Ovanta y La Merced, al costado de la ruta, los obligaron a bajar en la oscuridad de la madrugada. Era una noche helada; de esas en que se congelan las manos si no hay guantes ni bolsillos. Había 25 mendigos de Tucumán y en el grupo estaba una mujer. Algunos tenían dificultades motrices, otros eran ciegos, la mayoría mostraba signos de tener problemas psíquicos y fueron abandonados en un descampado sin almas. Cinco policías; dos de civil y tres de uniforme azul, se encargaron de cumplir las órdenes de arrojarlos en el monte. No bajaron a todos juntos en un solo lugar, sino que fueron dejándolos en grupos de dos o tres separados cada 20 o 30 kilómetros de distancia. La estrategia policial buscaba que no pudieran regresar, que perdieran la noción del tiempo en un camino desconocido por ellos que se llamaba ruta nacional 67, en Catamarca. El episodio se conoce como los mendigos de Bussi y ocurrió el 14 de julio de 1977, pero salió a la luz tres días después -el 17 de julio de 1977- se cumplieron exactamente 45 años de este hecho.
Aurora del Carmen Pico Zossi de Ahumada, médica de zona, los atendió en el hospital de La Merced, en Catamarca, al amanecer, cuando los vecinos alertaron sobre la presencia de los extraños zarrapastrosos en la ruta. Ella tenía 25 años, una hija de dos meses y tan solo un año de experiencia como profesional de la salud, porque se había recibido el año anterior. Hoy en día, con 75 años, Aurora vive en la capital catamarqueña, todavía recuerda aquel suceso y asegura que hay ciertas cosas que nunca se irán de su memoria.

El episodio pretendía quedarse en la oscuridad de aquella madrugada; sin embargo, salió a la luz gracias a una publicación del diario La Unión. “Catamarca se ha convertido en refugio de desposeídos”, tituló el corresponsal Roberto Antonio Vera, conocido como Robertito“, un hombre enano que además era juez de Paz en el pueblo de La Merced. El reportero, un personaje muy querido entre los lugareños, murió en febrero de este año, pero su trabajo periodístico quedó en la historia catamarqueña. ”Parias, mendigos, lisiados, ciegos, tísicos y enajenados mentales aparecieron librados a su propia suerte a lo largo de la ruta nacional 67, entre Bañado de Ovanta y Los Altos –escribió el reportero-, a la vera del camino y debajo del puente sobre el río El Abra, bajo extremas condiciones de supervivencia que significan una sonora bofetada a los más elementales principios humanos y cristianos“, agregó en su artículo escrito en una vieja y pesada Olivetti. Fue una de sus coberturas más resonantes, en tiempos en que se ejercía un periodismo artesanal con apuntadores de papel, lápiz en mano y las cintas negras y rojas para la máquina de escribir. Roberto Vera fue el autor de la primicia del diario catamarqueño. Robertito, también era conocido como la voz de El Cañón de Paclín, y llegó a ser jefe del Registro Civil del mismo pueblo, cargo con el que se acogió a la jubilación.
El juzgado de paz estaba al lado de la comisaría de La Merced; por eso, el periodista tenía muy buenos contactos con la Policía. Así como habían golpeado en la puerta de la casa de la médica Aurora Pico Zossi, otros dos policías fueron hasta la ventana de Robertito para avisarle que había mendigos tucumanos en la comisaría. Mientras tanto, a unos 60 kilómetros de distancia del lugar donde habían sido abandonados, en la capital catamarqueña, el gobernador de facto, Jorge Carlucci, se enteró de los mendigos por la publicación del diario La Unión. Fue un escándalo. Los catamarqueños estaban indignados. Carlucci llamó al gobernador de facto de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, en plena dictadura militar para pedirle explicaciones. Ambos eran miembros del Ejército y se conocían en tiempos en que el país estaba en manos de la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla.

Casi tres décadas después, en enero de 2004, el escritor tucumano Tomás Eloy Martínez escribió un texto para el diario La Nación sobre los mendigos de Bussi. “Fuese o no para impresionar a Videla, el pequeño tirano Bussi impartió aquel invierno de 1977 la orden de recoger a todos los mendigos de Tucumán en un camión militar y arrojarlos en los descampados de Catamarca –dijo en el texto-. A cualquiera que conozca la desolación de esos parajes le asombrará la crueldad de la idea. En la región limítrofe entre las dos provincias hay sólo unos pocos árboles espinosos y enclenques. Los animales no se aventuran –agregó-. Apenas oscurece, el aire se torna duro y helado, sobre todo en julio, y durante el día cae un sol de muerte del que no hay cómo protegerse. Se puede andar veinte, treinta kilómetros por ese páramo sin encontrar un alma”, detalló.

En su adolescencia, cuando vivía en Tucumán, Tomás Eloy Martínez, mucho antes de llegar a ser maestro en la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey, había conocido en persona a uno de los mendigos arrojados en Catamarca. Con sus amigos, le regalaban la ropa que ya no les quedaba en talle. Era un personaje urbano y famoso en la zona de la plaza principal de Tucumán llamado José Cabrera Pacheco, aunque todos le decían Pachequito. Tomás Eloy Martínez recordó en su texto que el vagabundo solía pasearse por los bares arrastrando una pierna infectada, que se negaba a curar porque allí vivían, según él, los ángeles que podían confirmar su asistencia al Juicio Universal.

Desde la década del ’60, Pachequito llamaba la atención en el centro tucumano. Era famoso por sus discursos en público a cambio de unas monedas para comer. El 11 de marzo de 1961 (unos 16 años antes de haber sido llevado a Catamarca), el periodista José Ricardo Rocha lo entrevistó para La Gaceta, donde escribió una suerte de biografía del personaje muy querido por los tucumanos y a quien lo presentó como “el popular Loco Pacheco”, de 51 años.

-A la escuela, de puro zonzo, fui únicamente hasta el primero superior. Por supuesto no aprendí a leer, ni a escribir. ¿Quién aprende a leer y escribir con primero superior? Tampoco sé firmar. Siempre me acuerdo de mi maestra de Villa Alberdi. Era la señorita Dora, -le respondió aquella vez para la entrevista en La Gaceta-. Ahora me busco la vida. La educación vale mucho, ¿no le parece?, creo que hablo bien. Lo quiero pillar al gobernador para que me ayude. Pero no lo puedo agarrar. Quiero que me amparen. Me canso de andar en la calle. Por ahí me duermo, agregó.

El apodo Pachequito quedó en la memoria colectiva como el de un personaje urbano, que vestía con ropa prestaba, sucia y desgastada, pero tenía tanto carisma que se compraba a los transeúntes en el centro de la ciudad con sus mensajes sobre el Juicio Universal. La mayoría de los arrojados en Catamarca vivía de la mendicidad. Para comer de día, ellos dependían de una moneda regalada en una esquina o de un pedazo de pan que sobraba en alguna panadería solidaria, que les guardaba las migas después del mediodía.

Tomás Eloy Martínez habló de aquellas pérdidas. “A casi todos ellos se los tragó el infierno del desierto –escribió-. Uno de los seis o siete que sobrevivieron contó que Pachequito enloqueció de sed y murió al internarse en el Salar de Pipanaco, veinte kilómetros al sur de donde lo habían abandonado, confundiendo la blancura candente de la sal con las aguas del paraíso terrestre”, detalló. Esta publicación del diario La Nación enfureció a Antonio Bussi, un viejo militar que manejaba los hilos de Tucumán en la dictadura y que en los ’90 volvió al poder político votado por la mitad de la provincia.

Antonio Bussi inició una demanda por calumnias e injurias contra el autor Tomás Eloy Martínez y reclamó el pago de $ 100.000. Intentó negar toda responsabilidad. Dijo que, “lejos de tratarse de lisiados, tullidos, ciegos y locos”, los desamparados eran, “en su gran mayoría, contraventores de disposiciones municipales y prófugos crónicos de centros asistenciales”. Argumentó además que fueron los propios policías, que actuaron en un exceso de celo, y que decidieron llevarlos para “resolver el problema desplazándolo más allá de la frontera. Yo nunca di la orden, no hay nada escrito”, agregó. Sin embargo, en aquel tiempo, muchas órdenes eran verbales y clandestinas. Durante el juicio, Bussi dijo textualmente que “estas personas alteraban el orden con sus cacharros, sus muñones y su mugre, golpeando tachos, molestaban a las mujeres. Y en un momento un policía en un exceso de celo actuó y los limpió”.

En su crónica, Tomás Eloy Martínez apuntó a Bussi como responsable mayor de aquel desatino y lo llamó pequeño tirano. “Aunque el ex gobernador aceptó en su momento escudarse en la ley de obediencia debida –precisó Martínez en ese texto-, ahora se declaró ofendido por la atribución de una culpa que, según él, era de sus subordinados”.

El periodista Pablo Calvo relató aquellas peripecias en su libro titulado Los mendigos y el tirano (Bussi y la emboscada a los vagabundos de Tucumán – Editorial Aguilar). Calvo, a quien sus amigos y colegas del diario Clarín lo definían como un hombre que escribía con el alma, murió a los 53 años por coronavirus, en mayo de 2021.

En el juicio por calumnias e injurias, la Justicia falló en contra de Antonio Domingo Bussi y le dio la razón a Tomás Eloy Martínez. Sin embargo, el militar retirado nunca pagó las costas del proceso penal. Pasaron los años hasta que, el 28 de agosto de 2008, el propio Bussi fue enjuiciado y condenado por un crimen de lesa humanidad, ocurrido en tiempos de la dictadura.

-Quién sabe cuántos otros cometió en sus malandanzas como jefe militar y gobernador de facto de Tucumán, la desdichada provincia donde nací –escribió Tomás Eloy Martínez para un reportaje fotográfico del colectivo Ojos Testigos-. Varios testigos lo vieron disparar a quemarropa contra prisioneros desarmados –agregó Martínez-. Tucumán incurrió en la indignidad de elegirlo gobernador en 1995, cuando se presentó al amparo de un viejo partido casi extinto. En su litigio, Bussi afirma que ordenó investigar los hechos y que, como consecuencia, destituyó y sancionó al jefe de la policía provincial y pasó a retiro al personal que actuó en la expulsión. La sanción contra el jefe de la policía provincial, teniente coronel Mario Albino Zimmermann, que se dio a conocer el 18 de agosto de 1977, consistió no en arresto o cesantía, sino en nombrarlo, el día antes, secretario de Estado de Planeamiento y Coordinación. Un castigo ejemplar, como se advierte –insistió Martínez-. Las leyes, que son el instrumento de la justicia, decidirán cuál es el fin de esta historia. Yo me he quedado sin saber si Pacheco fue o no al salar de Pipanaco a beber las aguas de su paraíso propio, pero no me cabe duda de que allí está todavía, a la espera del próximo juicio universal, –concluyó.

En aquel tiempo, la censura y el control militar sobre todo lo que se iba a publicar en los medios hacía que fuera difícil chequear ciertos datos. El propio diario La Unión publicó varios días después un título en potencial. “Se habría producido ayer la evacuación de los mendigos” señaló en sus páginas ilustradas con un dibujo, pero sin fotos.

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