Edgar Bacchiani volvió a Catamarca, no ya como el “Trader God” sino como un delincuente, estafador confeso, que arregló en Córdoba una pena de 9 años de cárcel por consejo de su abogado.
Se terminó así una larga discusión sobre si era un emprendedor, un bien intencionado, un tipo al que le fallaron los socios, alguien que pensaba pagar lo prometido o al menos devolver la que se llevó, como él mismo decía en sus cartas públicas.
Nada de eso: es un chorro común y corriente, un vivillo que se aprovechó de la gente, según confesó personalmente, bajo juramento, ante el tribunal cordobés que los juzgó por 50 estafas.
Se quedó un tiempo más en la cárcel de Bower, mientras avanza otro juicio por una segunda tanda de estafas, porque parece que la justicia de Córdoba no tiene tantos compromisos políticos como la catamarqueña, y allá las causas avanzan.
Por una ley que dice que los reos condenados tienen que estar cerca de su familia, finalmente Bacchiani volvió a la cárcel de Miraflores, donde se lo vió alguna vez manipulando teléfonos y sin dudas estará más cómodo que en la provincia mediterránea.
Mientras tanto, más denuncias lo esperan. Estafados de distintos puntos del país, entre ellos Tucumán, La Rioja, porteños, más cordobeses, etc., aguardan respuestas.
Ah, también catamarqueños, porque acá empezó la magia. Y acá entraron como caballos miles y miles. Se juntaron millones de dólares de todos lados, que nunca aparecieron.
En el medio, el gobernador prometió echar al que estuviera en la joda, pero no echó a nadie. Aunque ministros, legisladores y gente de la propia justicia, y de la familia del gobernador, fueron vinculados a Bacchiani. También políticos de otras fuerzas que hoy siguen dando cátedra de cómo sacar la provincia adelante.
El juicio local sigue en el freezer y nadie está muy desesperado porque empiece. Que pase otra elección por lo menos, así no se mueve el avispero.
Mientras tanto Bacchiani pasó de ver a The Rollings Stones en vivo y manejar su Ferrari, a esperar que el guardia le acerque un poco de arroz.
Pero lo que nadie sabe es si está penando por su suerte, o esperando que pase el tiempo para reencontrarse con la fortuna que aparentemente se esfumó… y que quizás sólo él sabe donde está.