Ya en el ocaso de su trayectoria política, tan extensa como improductiva para Catamarca, Oscar Castillo va quedando solo.
Nunca gozó de la simpatía del electorado ni tuvo llegada a la comunidad. Fue el político más opaco de las últimas décadas, que llegó al poder por herencia familiar y se fue antes de intentar revalidarlo, cuando un par de encuestas le mostraron que perdía.
Lejos de Catamarca, siempre lejos de la gente, se instaló en Capital Federal atornillado a su banca, y dedicó su vida en la función pública a gestionar para sí mismo, a acomodarse una y otra vez, a especializarse en el trueque de favores entregando su propia gente para asegurar su lugar.
Ramón Saadi, Vicente Saadi, Eduardo Brizuela del Moral, Lucía Corpacci, despertaron afectos y rechazos. Oscar nunca contó con el cariño del pueblo. Tampoco lo buscó. Usó la política como medio de vida, gozó de todos los privilegios y se construyó una fama de “estratega” como cualidad que, si la tuvo, sólo puso a su propio servicio.
Apareció ahora, ya rozando los 70 pirulos, como aparece cuando hay alguna elección que le interesa, para esfumarse a su mundo cuando cada campaña termina.
La diferencia es que ahora no es sólo el electorado el que lo desconoce, sino también su propio partido, esa UCR que manejó a placer y que terminó por destruir.
Impidió siempre las internas, la competencia, aplastó a cualquier nueva figura, ordenó las piezas siempre como le convenía, y decidía como se le cantaba las autoridades partidarias, los candidatos, las alianzas. Todo.
Pero se le terminó. Ahora no le hace caso nadie. Después de una década de derrotas, en las que el peronismo se hace cada vez más fuerte, ya nadie cree en sus vaticinios ni sentencias.
Hizo lo de siempre: elegir un candidato a dedo para imponerlo. Pero le salió mal. Y ahora tendrá competencia. Tan obvia es su jugada, por repetida, que ahora sus correligionarios lo dicen públicamente: dicen que Telchi, el candidato de Castillo, es en realidad el candidato del gobierno. Y por eso no lo acompañarán, aunque descuentan que tendrá más recursos que todos para las internas.
Castillo, acorralado por quienes eran sus súbditos y ya no le temen, ataca. “No milito en un partido solo para clase media y profesionales” declaró descalificando a Flavio Fama y Francisco Monti.
Es verdad, no milita para la clase media. Pero no es un descamisado que habla desde las calles de barro cocinando para una olla popular. Porque tampoco milita para los pobres. Ni para los ricos. Milita para él.
Ahora llama a la unidad, pero avisa que su candidato “no se mueve”. O sea… la unidad es que me sigan a mí como siempre.
Dice que los que quieren ir a internas lo hacen “para sacarse la bronca”. Puede ser. También puede ser que quieran ganar, en lugar de ir mansitos al mismo matadero que Oscar los llevó una, otra y otra vez.
La visión del catucho