“Estamos más cerca pero muy lejos”, comenta el presidente Alberto Fernández sobre la negociación de deuda privada bajo legislación extranjera (“canje”).
El Gobierno no quiere el default, pero le teme más a un canje de deuda insustentable y ruinoso. El ministro de Economía Martín Guzmán lo viene afirmando desde antes de asumir.
La prórroga del plazo de cierre, acordada por ambas partes, corrobora que los bonistas prefieren mantener las tratativas en vez de ir corriendo a tribunales de Manhattan a exigir que decreten el default. Es su derecho, no su deseo.
En la pulseada subyace una duda prospectiva: ¿cuántos defaults soberanos habrá en el mundo próximamente? El afamado economista Jeffrey Sachs le dijo a Alberto Fernández que muchos, decenas. El mandatario imagina que ese escenario es factible. Se trata de una cuestión relevante porque esa cantidad de default tornaría aún más caótica e imprevisible la economía mundial. Más riesgos para los Fondos de Inversión, entre tantos damnificados.
Las novedades de los últimos días revelan que la oferta argentina no era alocada ni incomprensible. El diluvio de críticas a Guzmán, los esfuerzos por puentearlo o promover su renuncia fueron reemplazados (al menos interinamente) por contraofertas que se acomodan al diseño planteado por “La República”. Se propuso una espera de tres años con quitas considerables de capital e intereses y un nuevo cronograma.