Narcotráfico, adicciones y la hipocresía electoralista

Cuando la necesidad de votos es acuciante, los políticos pueden despojarse de todo filtro ético o de responsabilidad y banalizar sin remordimiento las causa que crean que les dará rédito. El circo electoralista que se montó en Catamarca alrededor de las problemáticas del narcotráfico y las adicciones dejan patente los niveles de hipocresía y oportunismo que inundan la campaña, y lo poco que les preocupa a los candidatos estos flagelos.

El crimen organizado para el tráfico de drogas y las adicciones son dos problemáticas sociales entrelazadas de una enorme gravedad y con consecuencias devastadoras en todos los niveles de la sociedad. Se filtran silenciosamente, como el óxido que carcome el metal, provocando violencia, degradación de las instituciones, corrupción, discapacidad, desintegración familiar y enfermedad. 

Para ilustrarlo, basta poner sobre la mesa ejemplos recientes de trascendencia público como el escándalo de Espert y sus vínculos con Fred Machado, el de Lorena Villaverde y su condena por narcotráfico y el escalofriante triple crimen de Florencia Varela, con todos los condimentos del espantoso impacto del narcotráfico y las drogas en la sociedad. Muestras elocuentes y explícitas de cómo el avance de estas problemáticas emparentadas carcomen la sociedad como una gangrena.

Ante la seriedad y urgencia del asunto, uno esperaría que la clase política se diera a un debate comprometido y responsable, despojado de mezquindades y orientado a construir propuesta y soluciones. Pero llegado el momento, la decepción es enorme y el daño proporcional. Los candidatos deciden ponerse en las antípodas, manoseando la problemática con su oportunismo electoralista.

Todo lo que se habló del narcotráfico y las adicciones en la campaña electoral estuvo contaminado de chicanas, denuncias amarillistas, teorías de conspiraciones y complicidades, estigmatización, cinismo, empatía oportunista y, sobre todo, ambiciones personales. Nadie, ni los que denunciaron públicamente, ni los que hicieron contradenuncias en la justicia, ni siquiera los que declamaban sensatez en la discusión, se movieron de sus intereses personalistas y partidarios.

Dentro de lo deleznable de todo ese escenario, es especialmente indignante la actitud hipócrita con la que algunos candidatos fingen interés por las personas con adicciones y sus familias, sobreactuando su preocupación y pretendiendo erigirse en voceros de esas personas, solo para atacar a su adversario electoral. Algo parecido a lo que se generó en torno a las propuestas legislativas de análisis toxicológicos obligatorios para candidatos y funcionarios, una iniciativa tan evidentemente oportunista que genera repudio.

No es difícil imaginar lo doloroso y ofensivo que todo esa puesta en escena mediática es para quienes padecen de alguna manera las consecuencias desbastadoras de este flagelo y para quienes, con real interés y altruismo trabajan desde ONG y otras organizaciones para realmente ayudar y construir soluciones.

La problemática claramente es real en todas sus dimensiones. No se trata de negarlo. Sino de pedir responsabilidad institucional y seriedad en el accionar de los candidatos, la mayoría en el ejercicio de funciones publicas. De exigir compromiso con la lucha contra la corrupción haciendo las denuncias y disparando los resortes institucionales. De reclamar sensibilidad social con la problemática y sus víctimas. De proponer un debate amplio y constructivo para buscar soluciones. 

No hay en estas líneas nombres propios de candidatos ni de fuerzas políticas, porque sería redundante. Nadie en todo este pseudo debate de coyuntura proselitista estuvo a la altura de la gravedad de la problemática. El ventajismo y la ansias electorales se los impidió. Como tantas otras problemáticas, el narcotráfico y las adicciones fueron usufructuados para los intereses partidarios.