Alberto y Cristina lo hicieron posible: el macrismo, que quedó agonizante en 2019 tras perder el poder, volvió a la vida con un triunfo contundente en casi todo el país.
Ni el más optimista de los opositores, ni el más pesimista de los oficialistas, podía imaginar este resultado, que –como viene ocurriendo- no fue predicho por ninguna de las encuestadoras que tan bien cobran por hacer ese trabajo que a los políticos les encanta, y que no tiene más precisión que una apuesta a la lotería.
El tema es que un triunfo de Juntos por el Cambio en Capital Federal estaba en los cálculos de todos. Un triunfo de Juntos por el Cambio en Córdoba no causaba gran sorpresa. Pero resulta que en la lista se fueron agregando Mendoza, Entre Ríos, Chaco, ¡Santa Cruz!, Jujuy, Salta, Santa Fe… y la madre de todas las batallas: Buenos Aires.
Cuando se conocieron los números, más de un compañero peronista se quería desmayar y despertarse para que le digan que era una pesadilla. Pero no: es real.
La Buenos Aires de Axel Kicillof, esa que reúne casi el 40 por ciento de los votos del país, se volvía más amarilla que Los Simpsons. Y con esa provincia liquidada, las cartas estaban echadas para todo el país, porque con los números no hay sorpresas, dos más dos es siempre cuatro.
Al final, son cerca de diez puntos los que le sacó el macrismo al kirchnerismo. Una paliza, un baldazo de agua helada en la espalda del gobierno, que no sabe qué pasó.
Jugó la pandemia, jugó la cuarentena, jugó la economía, jugó el cansancio, el mal humor. De todo un poco. Todo eso y más.
También hay que observar la inteligencia del macrismo. Así como hace dos años se aplaudía la movida maestra de Cristina de ponerse de vice con Alberto de presidente, ahora hay que reconocer la viveza de Juntos por el Cambio con su trueque fantástico.
A Vidal que había fracasado en Provincia la mandaron a CABA, y al colorado Santilli lo mandaron de CABA a Provincia. Con eso ganaron los dos distritos y les sobró para inclinar la balanza de todo el país.
Ahora se invirtieron los papeles: es el kirchnerismo el que sueña con “darlo vuelta”, y son los macristas los que están eufóricos.
Claro que es una primaria, y hay que estar atentos también a la gran cantidad que gente que no fue a votar. Eso significa que no hay que tomar estos números como definitivos, porque no lo son, y mucho menos creer que automáticamente se los puede proyectar al 2023.
Pero hay un escenario muy claro y será difícil para el Gobierno acomodar la historia en ocho semanas.
Hay un descontento muy grande, hay hartazgo, hay desilusión. No se puede negar eso.
Y remarla desde el lugar del perdedor es muy complicado.
Si el Gobierno miraba estas PASO como un plebiscito, el resultado fue de terror. Alberto quedó debilitadísimo, y el macrismo se levantó y empezó a andar como Lázaro.
La única verdad es la realidad dicen los peronistas. No hay tiempo para disfraces entonces, tendrán que cambiarla o quedarán muy cerca de volver al llano.
La visión del catucho