En los últimos años, la analogía histórica fue la herramienta más utilizada para analizar y diagnosticar la situación política de la UCR provincial. En la búsqueda de explicaciones y un horizonte de optimismo al estado de decadencia del partido radical, recurrentemente se apelaba al antecedente más inmediato, el de los 20 años del peronismo alejado del poder. A partir de coincidencias entre ambos procesos, algunos boinablanca depositaron en la ciclicidad de la historia las esperanzas de un resurgir de su partido. Pero la teoría de ciclos recurrentes se chocó en la actual coyuntura política con un enorme escollo: el surgimiento furibundo de un nuevo espacio.
Hasta ahora, el análisis parecía sencillo e inequívoco. Si el peronismo, que había ejercido el poder de la provincia con una hegemonía aplastante, lo perdió y demoró 20 años en volver a recuperarlo, por carácter transitivo se podía inferir que el radicalismo estaría atravesando un proceso similar y que, tarde o temprano, terminaría con su renacer de las cenizas.
Si las virulentas internas del justicialismo, con sus profundas divisiones y los múltiples intentos fallidos de reconstrucción finalmente habían resultado en un victorioso proyecto de unidad, el radicalismo no debía perder las esperanzas de alcanzar la comunión que lo devolviera al poder. Pero ahora la escena cambió rotundamente.
El bipartidismo de facto que dominó por décadas la escena política provincial y hacía presumir que ante el posible agotamiento del peronismo la alternativa era la UCR, se rompió con la irrupción de LLA. La alternancia conocida entre periodos peronistas y periodos radicales parece ya no tener garantía. Y con ello, el porvenir radical se volvió aún más incierto.
Si bien la UCR catamarqueña venía desde el 2011 en una clara tendencia bajista, lo del pasado domingo marca un hito en su debacle. Una elección con niveles de apoyo en mínimos históricos se traduce en la paulatina extinción de la presencia institucional del radicalismo en los poderes del Estado. Hasta ahora, si bien el Ejecutivo le era rotundamente esquivo, el partido centenario mantenía una protagónica presencia en los ámbitos legislativos. Ahora, ni eso.
Con el experimento electoral Somos Provincias Unidas, la orgánica radical logró el 9,06% de los votos, que apenas suficiente para retener 2 de las 6 bancas que ponía en juego en la Cámara de Diputados, donde ahora la primera minoría es de los libertarios. Igual de paupérrima fue la performance en la Capital, donde consiguió apoyo del 4,1% de los electores, lo que no le alcanzó ni para una banca para, por primera vez en la história, no tendrá ni un representante. También perdió la banca en la cámara baja nacional que también quedó en manos de la LLA.
Una mala elección estaba en dentro de las posibilidades. La dirigencia radical hizo un enorme esfuerzo por destruir su estructura y terminar desparramados en varios ensayos electorales. Pero de ahí a la catástrofe electoral del pasado domingo hay un enorme trecho que ni los más pesimistas hubiera pensando que se plasmaría. Ahora, con el diario del lunes, estaba todo anunciado. A la sangría de dirigentes, acomodados en recovecos de otras fuerzas, le siguió la sangría de votos.
La transferencia fue directa a LLA. Y lo poco que lograron retener lo repartieron en porciones tan escasas que casi se quedan en lo simbólico. Una continuidad de lo sucedido en 2023 y que marca una funesta línea tendencial que apunta a un radicalismo en extinción. Sin estructura, con la dirigencia dividida y desorientada, las nuevas generaciones vendiéndose por un cargo, la UCR parece estar en una caída libre. Y todavía no tocó el fondo.
El peronismo provincial se muestra robusto, manteniendo su posición de control. El sector libertario solo necesitó dos elecciones para ocupar el lugar de segunda fuerza política de la Provincia. Y a un costado, el radicalismo languidece. La esperanza de muchos se sostenía en que un círculo histórico, en algún momento, los devolviera a sus épocas gloriosas. Pero el optimismo se apaga. Parece que para la UCR la historia no se repite, ni rima.
El catucho





