Más de un año y medio pasó desde el violento crimen de Juan Carlos Rojas, y a la fecha no hay detenidos, hipótesis firmes ni avances investigativos. No hay nada más que un silencio aterrador y la sospecha de un encubrimiento gigante desde las más altas esferas del poder catamarqueño.
Un caso impactante porque tiene como víctima nada más y nada menos que a un ministro en funciones ,un integrante del Gabinete, y también Secretario General del gremio UTHGRA, un miembro del equipo del propio Gobierno que aparentemente busca silenciar y ocultar.
Rojitas fue reemplazado sin duelo y borrado de la memoria de un gobierno que no le hace homenajes, no lo recuerda ni lamenta públicamente lo sucedido. Un Gobierno que dio vuelta la página y que no ha mostrado interés en esclarecer nada.
A las preguntas claves como ¿quién lo mató? y ¿por qué lo mataron?, que siguen sin respuesta desde hace un año y medio, se sumas entonces otras: ¿por qué se encubre? ¿a quién se encubre?
Este medio lleva más de un año investigando el caso. La tarea que hemos realizado, por si hace falta aclararlo, es periodística. No tiene ninguna relevancia judicial, pero permite construir una hipótesis, una teoría que numerosos testimonios recogidos señalan como lógica y coherente.
El posible móvil
Todo indica que a Rojitas lo mataron por dinero. Pero no dinero que él tenía o que manejaba, sino por dinero que fluía ilegalmente gracias a un sistema corrupto, y él decidió desde su función de ministro (en la que duró muy pocos meses), desarmar.
Rojitas era un hombre honesto. Nadie lo ha puesto en duda, y no porque se acostumbre a no hablar mal de los fallecidos: nadie lo ha puesto en duda jamás. Toda su vida fue honesto.
AL parecer el gran foco de corrupción estaba en el Ministerio de Desarrollo Social, que tiene el deber de dar asistencia a los más vulnerables, y que por el gran caudal de recursos que maneja, fue muchas veces una tentación para funcionarios, que lo veían como una jugosa caja.
Desarrollo Social en Catamarca fue y es el ministerio de Luis Barrionuevo. Por algún acuerdo cerrado con los gobiernos locales, esa norma se mantuvo y ni la muerte de Rojitas lo alteró.
Por allí pasaron Marcelo Rivera, puesto por Barrionuevo y que fue hasta candidato a gobernador por la fuerza del gastronómico. Cuando se fue Rivera lo siguió su hijo Maximiliano, también con la bendición de Barrionuevo. El propio Rojas era hombre de Barrionuevo, y una vez asesinado Rojas todo quedó en manos de Gonzalo Mascheroni, para que no queden dudas: familiar directo de Barrionuevo.
¿Qué pasaba en Desarrollo Social? ¿Qué habría encontrado Rojas al asumir?
Que no todos los fondos se dest inaban a los pobres. Habría descubierto dos cosas: que había depósitos paralelos y que buena parte del dinero destinado a la asistencia social directa nunca llegaba. O mejor dicho, se perdía en el camino. O mejor dicho, se iba a parar a las financieras milagrosas.
En efecto, la gran caja de Desarrollo Social habría sido utilizada para generar fondos frescos que se confiaban al amo de las criptomonedas (o de la estafa piramidal), para multiplicarlo como panes y peces.
Casualmente Raúl Jalil había declarado públicamente que si descubría un funcionario metido en la joda de Bacchiani lo echaba. Y al que sacó fue al clan Rivera.
¿Cómo lo habría descubierto Jalil? Porque los intendentes se quejaban de que no recibían la ayuda prometida. Rivera decía que sí les enviaba, pero Raúl recibía las quejas. Hasta que -ni lerdo ni perezoso- el mandatario habría llamado a Rivera a una reunión, y cuando el ministro llegó, se dio con que lo esperaba el gobernador… con todos los intendentes. Cara a cara, quedó en evidencia y le mostraron la tarjeta Roja.
Pero la joda siguió hasta que llegó Rojitas. Tanto que los suministros nacionales estaban cortados, porque desde el ministerio no se mandaban las rendiciones de cuentas. No podían rendir porque lo que llegaba se desviaba.
Por eso Rojas tuvo que ir a Buenos Aires a pedirle a Victoria Tolosa Paz, entonces ministra nacional, que le abrieran los grifos otra vez.
Rojitas le cantó las cuarenta a Jalil y le dijo cómo venía la mano. Hasta señaló a los funcionarios infieles. Si, los mandó al frente y explicó lo que hacían con lujo de detalles.
Y lo peor de todo: les cortó el curro. Y pobre Rojitas, se la cobraron demasiado caro. Ya sabemos cómo terminó.
El posible encubrimiento
La muerte de Rojas se vendió al público como “muerte natural”, hasta que la farsa quedó al descubierto. Y entonces se hizo un poco de circo, pero sin llegar nunca a la verdad.
La red de complicidades y la cadena de favores se habían activado. Rojas ya estaba muerto. Pero el Gobierno necesitaba tapar todos los chanchullos. Y operó exitosamente.
Una trama de intereses políticos y acciones oficiales para encubrir muy parecida a la que se activó en el Caso Morales, con la diferencia que aquella salió mal y ésta, hasta ahora, salió a la perfección.
Porque el Gobierno supo proteger al fiscal Laureano Palacios, y para cuidarlos lo hicieron zafar del jury, buscando también amigos en la justicia.
Insólitamente, se perdieron entonces registros de cámaras de seguridad. Se “perdieron” pruebas vitales, y se escondió todo lo que pudiera comprometer la voluntad oficial de guardar toda la mugre bajo la alfombra.
Se ocuparon de tapar toda la joda de la malversación de fondos, esa fue la premisa, para investigar el crimen y buscar un perejil ya habría tiempo. Y si ese fue el propósito, se cumplió: la línea del dinero en Desarrollo Social nunca salió a la luz. La verdad del crimen tampoco.
Rojas ya había sido amenazado
Los problemas se intensificaban estando Rojas con vida, según comentó una fuente a nuestro medio.
Los roces con proveedores y punteros se incrementaron al punto que recibe las primeras amenazas de muerte de una puntera del PJ , quien le advierte que “no llegas a diciembre”. La denunciada luego se apersonará en el domicilio del ministro e ingresará al mismo, provocando la huida de Rojas de su casa”.
Rojas sería, de ser así, no sólo víctima del brutal castigo físico que recibió hasta la muerte. Sería víctima de la corrupción. Las otras víctimas fueron las personas vulnerables que nunca recibieron ayuda, porque un par de pícaros con poder se patinaron todo en la timba financiera, quizás ganando buenos dinerillos.
La Catamarca de los 80 y 90 es un cuento de Heidi al lado de esta historia. Pero esto no surge de un cuento, sino de los testimonios de policías, investigadores y médicos que participaron en el caso desde el momento en que se encontró el cadáver del infortunado Rojitas.
Hasta dicen que desde Casa de Gobierno mandaron un médico amigo a controlar la autopsia para tener data de primera mano.
Manipulación o destrucción de pruebas, poderosos metidos y protegidos, una investigación que no va ni para atrás ni para adelante. ¿Es resultado de impericias o de un encubrimiento exitosamente dirigido?
Cualquier parecido con el Caso Morales ¿es pura casualidad?
Por lo pronto, una familia sigue exigiendo respuestas, y no se las dan. Las irregularidades del caso ya llegaron al Gobierno nacional, con informes que están en manos del Ministerio de Justicia que conduce Mariano Cúneo Libarona y el Ministerio de Capital Humano que dirige Sandra Petovello.
El caso se torna cada vez más oscuro. Cuanto más se averigua, más interrogantes surgen. Que nadie quiera aclararlos, es toda una respuesta.
El catucho