La crisis que azota a los partidos políticos tradicionales no es nueva, pero cada vez se evidencia más. Su avance en el tiempo es exponencial y sus manifestaciones cada vez más profundas, agravandose notablemente en los periodos electorales. Los marcos ideológicos y estructuras orgánicas sucumben a las aspiraciones individuales de dirigentes que por una candidatura desconocen su pertenencia y se suman a cualquier espacio que le satisfaga su apetencia. Si antes los candidatos surgían de los partidos y su doctrina, hoy, con cada vez más frecuencia, las estructuras partidarias y alianzas políticas nacen de los intereses de los candidatos.
Décadas atrás, las estructuras partidarias eran la materialización organizativa de espacios ideológicos. Instituciones creadas en torno a ideas y constituidas por personas aglutinadas por estas, con múltiples instancias de acción y vinculación política y social con la comunidad, entre las que se destacaba la participación en procesos electorales, sin ser la única.
La doctrina como rector, la institución como paraguas, la conducción como forma de organización y, al final, los individuos, que si llegaban a una candidatura o un cargo, valían en función al partido que los avalaba.
Con el paso del tiempo, la autoridad monolítica de los partidos tradicionales fue menguando y dando paso a nuevas expresiones políticas, menos estructuradas, más plásticas en términos institucionales y con tintes más personalistas. Los emblemas y tradiciones comenzaban a perder fuerza detrás de los nombres propios. Y el surgimiento de estos nuevos espacios estaba cada vez más vinculado a coyunturas electorales.
Este proceso continuó acentuándose, dando lugar en épocas más recientes a alianzas políticas que pusieron en un mismo proyecto, y hasta en un mismo gobierno, a partidos y dirigentes históricamente adversarios. La Alianza, el FPV, Cambiemos son algunos ejemplos de esto en el escenario nacional. Sin olvidar al FCyS, que desde la política provincial fue pionero en un esquema de política de alianza y gobierno de coalición.
Estas expresiones políticas, aunque transgredían los tradicionales esquemas partidistas y mucho tenían que ver con procesos netamente electorales, investian institucionalidad, representatividad y proyección en el tiempo. De hecho, varias de ellas marcaron eras en la política nacional y provincial, con bases estables y cuotas aceptables de gestión.
Hoy, en una exacerbación grotesca de esa tendencia, se alcanzaron instancias impensadas de la liquidez institucional e ideológica, con experimentos políticos que solo se explican desde la desesperación por las candidaturas. Si las alianzas flexibilizaron las estructuras partidarias tradicionales, la nueva praxis política le quitó todo límite y parámetro a los dirigentes, que arman y desarman a conveniencia de sus pretensiones.
No se trata de demonizar los cambios, sino de revisar las causas. Muchos de estos cambios tienen que ver con las nuevas dinámicas sociales, la evolución de las democracias, formas de participación, de la tecnología etc. El problema surge cuando se subvierte para contentar egos y la práctica política abandona su esencia y fin último de servicio y representación, para ser solo una herramienta con la que llegar a cargos.
De esto, los acontecimientos de la última semana, devenidos del armado de lista e inscripción de candidatos, son un ejemplo elocuente. Cada vez más, los armados electorales ya no responden a preceptos ideológicos y proyectos políticos. Muchos terminan siendo trajes a medida de ambiciones individuales, proyectos efímeros que duran los meses de la campaña. En otros casos, el rejunte de dirigentes que se adaptan a lo que sea a cambio de un lugar. Con el agravante de que repercuten en el funcionamiento de las instituciones de gobierno.
De una elección a otra, en ventanas de apenas dos años, los nombres de las alianzas duran cada vez menos, transparentando las reconfiguraciones y mutaciones constantes de las coaliciones. Y el surgimiento de nuevos partidos para contener fracciones de otros partidos es cada vez más frecuente.
Con la pelea interna electoral de un partido incidiendo en la labor parlamentaria, fracturando bloques y reconfigurandolos a imagen y semejanza del armado de turno. Legisladores que abandonan los espacios por los que fueron electos para priorizar los espacios por los que van a buscar sus reelecciones. Agrupandose, en la campaña y en el ejercicio de la función, según sus intereses electorales. En listas sin sustancia programática ni ideológica, de pura coyuntura. Bloques, sellos y lemas, partidos al servicio de personas. Todo al revés. Todo subvertido. La cola mueve al perro.