Mejorar la economía y mantener la unidad política de la coalición gobernante. Son las dos claves, o premisas, que manejan en el Palacio de Hacienda. La primera es condición necesaria; la segunda, mucho más, sobre todo con vistas a las próximas elecciones de medio término.
Han sido jornadas difíciles. Lo saben los hacedores de política. Los resultados aún no llegan. Más bien, lo contrario. El presidente Fernández cree que detrás de los números de desempleo y pobreza que difundió el Indec ya existen muchos sectores que se están reactivando. Los despachos de cemento y las ventas de automóviles. La industria trabajando a un 90%. Es lo que dicen lo datos.
Se fue el FMI. Más allá de los rudimentos lógicos que implica la seguidilla de entrevistas con referentes de la escena local (pidieron un panorama lo más amplio posible), lo relevante es que le permitió al Gobierno indagar qué va a pedir Georgieva, además de los 44 mil millones de dólares que se le deben. Y ahí hay algo de alivio temporal.
Al margen, hay evidencia que muestra que crece la presión para que el Banco Central devalúe el tipo de cambio mayorista, independientemente de cuál se crea que es el origen de esta escalada. Un desdoblamiento más prolijo que el que existe hoy, una devaluación más pronunciada, la coordinación de esas medidas con el FMI, dinero extra de un nuevo programa, una suba de tasas de interés, todo parece estar, una vez más, en la mesa de discusión. De todas formas, en las últimas horas, la vicejefa Cecilia Todesca se encargó de boicotear cualquier especulación: liberalizar el mercado de cambios, es decir, “que cada uno puede comprar lo que quiera”, no funciona. Para Todesca, una devaluación fuerte hará que los precios aumenten, el salario real caiga y la economía se contraiga todavía más. En resumidas cuentas: que nada sugiere que el tipo de cambio oficial tenga que ir a $150 y que un desdoblamiento, en estas condiciones, no baja la brecha.
La cotización del dólar paralelo viene de pegar un salto de 9 pesos, lo que derivó en un nuevo récord de 167 pesos. Conviene hacer una lectura lo más amplia y transversal posible para no abonar sesgos. En el Gobierno, leen los eventos de la última semana en clave de correlación de fuerzas. Creen que esto evidencia tanto el nivel de especulación en el mercado doméstico como la pulseada de distintos actores de poder económico por forzar debilidad adicional en el peso argentino. Que se busca generar más incertidumbre de forma tal que el Banco Central no tenga otra alternativa que devaluar el tipo de cambio mayorista.
A eso se agrega que los dólares que se negociaron en la Bolsa también trazaron un derrotero alcista, el contado con liquidación llegó a 154,95, una suba de 10 pesos en la semana.
Por último, el laudo presidencial, que nos pone de nuevo, casi, en el comienzo. Con un escenario económico que pide respuestas, para bien o para mal, Guzmán recibió la bendición albertista. En una entrevista para el sitio El Cohete a la Luna, y ante una pregunta del periodista Horacio Verbitsky, el mandatario señaló que Martín Guzmán, el ministro, es el que “tiene la última palabra” porque “tiene la capacidad de definir la macroeconomía”.
Fue una forma de respaldarlo, pero también de colocar en él las mayores responsabilidades en un momento en el que a la crisis cambiaria se le suma tensión económica por el desempleo, la recesión, la inflación y la pobreza. La pregunta es si Guzmán aprovechará para avanzar algunos casilleros, redefinir colaboradores, trazar plan de salida. En su diagnóstico, el FMI dejó un recado pegado en el monitor de la compu del ministro: “Se necesita un conjunto comprensivo de políticas para respaldar el restablecimiento de la confianza, pero deberá ser apropiadamente calibrado para fomentar la recuperación económica y asegurar la estabilidad macroeconómica”. Eso. Como si fuera algo que olvidó el Gobierno, y no algo que el propio FMI se olvidó de plantear antes de gatillar los u$s44.000 millones.