Es matemática…

Muchos se preguntan a qué se debe el fracaso del Frente de Todos y no encuentran respuesta. Y cuando hablamos de fracaso no nos referimos a estas PASO perdidas, que después de todo son elecciones primarias y nada más. No es el fin del mundo: se puede dar vuelta en noviembre, se puede dar vuelta en el 2023.

El verdadero fracaso es la gestión. El Gobierno no funciona, y lo que hicieron las PASO fue echar luz sobre esa realidad. Ya todos lo sabían, pero como ahora lo dijo la gente no hay manera de esconder el florero roto: está a la vista.

El peronismo perdió en 17 provincias. Esa noticia es más fuerte que el triunfo del macrismo. Esa es la parte que hay que analizar: Juntos por el Cambio ganó porque era el que estaba enfrente. Podría haber ganado Milei, López Murphy, Facundo Arana o La Mona Jiménez. Lo que pasó en realidad fue que perdió el peronismo.

¿Qué pasó? ¿Por qué un gobierno que asumió triunfal y con hambre de revancha se desplomó tan rápido? ¿Cómo pudo caer así, solito y en silencio, un gobierno del partido político más fuerte del país?

Parece inexplicable, sobre todo para los verdaderos peronistas, los militantes de corazón, los que no están en el curro de la política, los que de verdad apoyan porque creen. Los que discuten para defender a Cristina, los peronistas de ley que siempre votan y nunca ganan nada para ellos.

¿Por qué la fórmula genial que desplazó al macrismo ahora hace agua por todos lados?

La respuesta es simple, sencilla, cortita. Es matemática.

Bueno no, no es matemática, es política. Pero decimos matemática porque es una ciencia exacta, probada y que se repetirá siempre dando resultados idénticos. Aquí va:

El Frente de Todos que armó Cristina no es un Frente para conducir el país. Fue un frente electoral, un frente para ganar la elección. Funcionó para eso, como funcionaron muy bien tantos otros.

Y a todos les pasó lo mismo: se desinflaron cuando terminaron los festejos. Porque no son frentes para gobernar. Son para juntar votos y nada más. Una burbuja sin proyecto, sin consistencia. Una bolsa de gatos marketinera que puesta a tomar decisiones no sabe qué hacer y lo que hace lo hace mal.

Fernández-Fernández nunca fue un equipo. Sí, estuvo genial Cristina, que se corrió a un costado para no espantar los votos de los que la detestaban y al mismo tiempo sumar los votos de sus seguidores. Buena jugada. Pero esas jugadas –insistimos- sirven para ganar una elección, no para gobernar.

Alberto no es Cristina. Pero el argentino es pasional y no tiene memoria. Alberto fue de Alfonsín primero y de Néstor después. Nunca fue cristinista, al contrario, se cansó de criticarla. Y nunca acercaron posiciones. Ella lo llamó para usarlo, porque lo necesitaba. El aceptó porque era la única chance que tenía de ser presidente.

Y ganaron (ayudados por la mala gestión de Macri, claro). Pero para gobernar esos experimentos no sirven, y está a la vista una vez más. Son flor de un día, son fotos armadas, son decorados de cartón.

Ya le había pasado a Cristina con Julio Cleto Cobos. Como le había pasado a Fernando De la Rúa con Carlos “Chacho” Álvarez.

Eso son Alberto y Cristina. Una alianza electoralista sin coincidencias para gobernar. No hay equipo, no hay ideas, no hay una meta común. Ganaron como ganaron las otras “alianzas” y la suerte que corrieron fue la misma.

Es cierto que también chocaron con la pandemia apenas asumieron, es cierto que les tocó un escenario muy difícil. Pero la suerte estaba echada desde ese festejado día en que la Vice elegía a su Presidente, un punto de partida en el mundo del revés que hoy se refleja en todo.

No es inexplicable que les haya ido tan mal. Lo raro hubiera sido que ese cóctel saliera sabroso en lugar de amargo.

Lo que está pasando es lógica pura. Es matemática.

La visión del catucho

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