Va todas las semanas a ver a su hijo, siempre con un dulce o un chocolate en la mano. A veces también lleva abrigo, especialmente en estos días de frío extremo en Buenos Aires. En la calle, sobre unos cartones o -con suerte- un colchón, el frío penetra la piel, cala en los huesos y hiela el alma.
A veces esa madre no encuentra a su hijo; otras veces sí, pero “prácticamente moribundo”. En Semana Santa, alarmada por su estado, llamó al 911 y al SAME. Nadie acudió. Pilar y su hijo han sido ignorados por la Justicia y la Policía.
“A veces lo encuentro mejor”, cuenta Pilar, ilusionada. “Me siento en el colchón con él, caminamos una cuadra, y hablamos. Nos abrazamos mucho. El otro día me contó que estaba ayudando en un taller mecánico, con la limpieza. Me dijo: ‘¿Estás contenta, mamá?’. ‘¡¿Cómo no voy a estar contenta?!’, le respondí. Pero en estas condiciones es imposible que vea a sus dos hijas”.
Otros días, Javier permanece en silencio. “Ni se levanta del colchón de lo mal que está, por el frío, la falta de alimentación, la droga, la vida que lleva…”. Desde hace más de un año, Pilar visita a Javier en la calle, igual que tantas veces lo hizo en la cárcel de Devoto.
Esta es la historia de una madre que sigue buscando a su hijo. Una historia que duele desde hace más de 25 años, pero que puede ayudar a otras madres y a otros hijos que atraviesan lo mismo. “Para eso estoy acá”, dice Pilar a Infobae. Porque en estos días el frío cala en los huesos, todavía más en el desamparo de la calle.
“A veces me dicen: ‘Vos sos un ejemplo’. Yo me llamaría ejemplo si hubiera logrado, con mi esfuerzo y con el de él, que Javier saliera de las drogas. No soy un ejemplo. Soy una madre que siempre tuvo una carta en la manga”.
“Nunca lo abandoné”, repite Pilar. “Javier consumió su primer cigarrillo de marihuana a los 15 años, el día que su papá murió de un ataque al corazón. Me enteré ocho meses después, cuando apareció con un par de zapatillas que le quedaban chicas. Dijo que las había encontrado. ‘¿Para qué trajiste esas zapatillas, Javier, si no te van?’ ‘Sí, sí me van’. Y eran para cortarse los dedos… ‘¿Estás consumiendo marihuana?’. Y me dijo que sí”.
Hasta entonces, Javier había sido un chico tranquilo. “Cuando llegó a los 12, 13 años, era un tanto rebelde, se enamoraba locamente y había que ir a buscarlo a la esquina, que estaba con una chica y era el amor de su vida. No era excelente alumno, pero tampoco nada alarmante”.
“Inmediatamente los tres, Javier, Amaya (su hermana mayor) y yo, empezamos una terapia familiar en un centro de salud mental. Desde el principio entendí que la adicción era una enfermedad. Javier estuvo internado en su primera comunidad terapéutica a los 18 años. Se recuperó bastante bien, pero se escapaba de esa comunidad. Duraba tres, cuatro meses excelente… hasta que se escapaba”.
“Javier estudió enfermería y se recibió. Trabajó de enfermero, haciendo guardias en algunos sanatorios. A veces las podía sostener; otras veces no. También cuidó personas enfermas en sus casas”.
Hasta diciembre de 2022, Javier estaba bien. No consumía hacía meses, veía mucho el Mundial con su mamá, vivía en un hotel del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, iba a los cultos de la Iglesia Evangélica y vendía caramelos en la calle. Pero en diciembre decidió irse de esa pensión para vivir en la calle.
En enero, Pilar denunció su desaparición. “La Policía lo encuentra en la calle Palpa, tal número”, cuenta Pilar. “El cura de la iglesia San Pablo me dijo: ‘Yo lo conozco, duerme acá, en la puerta’. Lo vi por primera vez el 28 de julio, el día de su cumpleaños. Estaba durmiendo en el paredón de la iglesia. Cuando me vio, se tapó la cara. Le daba vergüenza que yo lo viera así”.
Ese día algo cambió en Pilar. A través de un sobrino, se enteró de la ONG Madre Marcha. “El primer día que vas, presentás el problema. Llegué diciendo: ‘Tengo un hijo en situación de calle’. Y después seguís yendo, y te das cuenta que vas por vos, porque la empatía es…”.
En Madre Marcha, Pilar encontró apoyo personal y profesional. “Me dicen: ‘Lo tenés que judicializar a Javier. Que lo busquen, que lo encuentren, que lo lleven al hospital, que le hagan una evaluación interdisciplinaria'”.
En agosto de 2023, Javier fue llevado a un hospital de Belgrano. “La situación de Javier era caótica, con un deterioro físico y mental terrible, para internarlo ya. Pero la guardia le dio el alta. Me enfrenté a esas tres mujeres (de la guardia), y cada frase que me decían, se las retrucaba”.
Pilar quiere que Javier viva mejor. “Que no revuelva la basura para comer, que no mendigue”. Le da miedo que Javier muera. “No es miedo: es una tristeza que no se puede explicar… Hice de todo en estos 25 años. Y voy a seguir. Las madres somos leonas. Y aunque mi hijo ya no es un cachorro… es mi hijo”.
Javier sabe que su mamá siempre estará ahí. “Me acuerdo de que una vez me dijo: ‘Mamá, te estaba esperando. Me parecía raro que no llegaras…'”. Pilar sigue luchando, porque “la única carta que me queda en la manga es rezar, pedirle a la Virgen que lo proteja, que lo cuide del frío”.