El vínculo entre los narcos y el poder político de Catamarca

La incontrolable escalada de violencia en la ciudad de Rosario, la masacre de decenas de personas en Buenos Aires por la circulación de cocaína adulterada, la misteriosa circulación de improvisados vehículos puestos a funcionar como transporte de caudales que cada tanto son interceptados con cientos de miles de dólares y el innegable avance de los narcos en Argentina, son fragmentos de una historia de terror.

Historia que comenzó silenciosamente y ahora es cada vez más ruidosa y visible, tanto que los ciudadanos comunes comienzan a vivir con miedo, preocupación e incertidumbre.

Se sabe que combatir al narcotráfico no es sencillo, pero acá la pregunta es otra: ¿realmente se lo quiere combatir?

Hay lugares donde los narcos no necesitan entrar a puro balazo. Entran más fácil y por la puerta grande, cómodamente. ¿Cómo? Usando en vez de armas, su gigantesca billetera. El poder económico que tienen los hace interesantes para muchos, que empiezan a vincularse en la búsqueda de beneficios y, claro, después no pueden salir.

El amor es ciego, dicen, y la ambición también. Cuando los billetes empiezan a llover, todos quieren una parte, y a nadie le importa de dónde vienen. Pero algo es seguro: el dinero no llueve. Y cuando viene de la droga, trae por lo general más problemas que soluciones.

Existe en algunas autoridades la inocente idea de que actuando con cierta complicidad es más fácil controlar a los popes del negocio. En lugar de enfrentarlos, buscan establecer algunas reglas amigables, para que hagan su vida sin molestar demasiado. Y de paso, alguna moneda extra se puede hacer, o mucha.

Es un error irreversible. Cuando se entra en el juego no se sale más: al menos, no se sale vivo o ileso.

¿Cuánto de esto ocurre en Catamarca? ¿Cuántos nuevos millonarios se alimentan del dinero sucio de los narcos? ¿Cuánto poderoso tejió, a sabiendas o sin darse cuenta, lazos con los narcotraficantes?

Es un tema tabú. No se puede hablar de eso. Nadie habla. Por eso los políticos no se quejan de ninguna crítica. Porque es mejor que la gente hable del estadio, de la pandemia, de los acomodos en el Estado, de lo que sea.

Nadie se anima a levantar la voz para preguntar hasta dónde entraron los narcos en Catamarca. Pero están.

Insólitamente ninguna figura de peso del gobierno se permitió mencionar el tema, ni siquiera para desmentirlo. Y hoy están envueltos en investigaciones narco integrantes de la cremme de la cremme del poder político.

Carlos Kunz, exsubjefe de Policía y ex jefe de Drogas Peligrosas; Juan Pablo Morales, hasta ayer nomás, máxima autoridad de Seguridad de la Provincia; Nolberto Valdez, exsubcomisario.

No son muchachos marginales. Morales era juez y camarista, además acusado de coima. Y el poder político no dice ni mu, elige el silencio, mira para otro lado. Nadie se hace cargo, nadie lo defiende, nadie aclara. Y ojo, porque no lo echaron de la Justicia, se fue solo.

Fiscales y jueces se acusan mutuamente, aparecen presos diciendo que con coimas entran o salen de la cárcel, aparecen supuestos arrepentidos diciendo que se hacen pagos con droga. En una trama infinita, hay cientos de acusaciones y nadie aclara nada.

El gobierno hará una Corte de Justicia de amigos y compañeros para que nadie moleste. Y nadie pone lo que hay que poner en la mesa para decir lo que pasa.

¿Hay un vínculo entre los narcos y el poder político? Las denuncias que están en manos de la justicia indican que sí, pero ningún caso se resuelve.

En Catamarca hay droga, circula, se compra, se vende y se consume. Genera mucha plata, fortunas.

Es una torta de la que varios reclaman una porción, sin ver aparentemente, que tiene una bomba adentro.

 

Por ahora, crecen los cuestionamientos y las dudas, pero nadie esclarece el panorama. No podría ser de otra manera, porque el Poder que tiene que llegar a la verdad es precisamente el más cuestionado: la Justicia. Provinciales y federales se debaten en una guerra terrible, mientras los narcos de Catamarca, según parece, crecen y gozan de buena salud.

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