Ayer nomás Cristina se lanzaba como candidata a presidenta convocando a un cambio luego de años de criticar a su propio gobierno, en medio de la pelea que tiene con Alberto Fernández.
Todo marchó viento en popa durante 15 minutos, pero la condena por corrupción aniquiló rápido el operativo klamor, Cristina se enojó y anunció que no va a ser candidata a nada el año que viene y ahora el oficialismo anda como bola sin manija.
Porque lo natural hubiera sido que Alberto buscara un segundo mandato, como hacen todos los presidentes de Argentina y el mundo, pero el propio sector de Cristina se ocupó de atacarlo desde un primer momento, y tuvo tanto éxito que hoy Alberto no se puede presentar ni para presidente de un centro vecinal.
No hubo ninguna pueblada ni nada para defender a la condenada por robar, y hasta un amigo como Luis D’ elía se burló: “Se pasaron dos años cantando ‘si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar’ y la tocaron y se quedaron en su casa”.
Así el oficialismo quedó huérfano, empalagado de los melosos mensajes de los legisladores, tan cansadores que hasta Cristina les pidió que dejen de declararle su amor en las redes sociales y se pongan a laburar.
Les pide que se pongan a laburar porque sabe que están perdiendo, pero como todos iban cegados por el fanatismo detrás de ella, ahora no saben para dónde agarrar.
¿Quién va a ser candidato si no van ni Cristina ni Alberto? ¿Massa, el que prometía barrer con La Cámpora? ¿Máximo, el diputado “rebelde” que renunció a la presidencia del bloque cuando Alberto firmó con el FMI?
Está pasando lo que iba a pasar, lo que todos advirtieron: tanto hachó el árbol el sector K que ahora se le viene todo encima. Por ambición de poder, por querer atacar a todos, ahora padecen lo sembrado, en un proceso de autodestrucción sin precedentes.
Un panorama muy oscuro que preocupa a todos, y también a Catamarca, que dejó pasar el tren y ahora debe ir a las urnas pegadito y de la mano con Nación.
Faltan diez meses, pero la oposición se frota las manos porque le están dejando la mesa servida.
La visión del catucho