El 16 de junio de 1955: el día que la Marina argentina bombardeó su capital para derrocar a Perón y dejó cientos de muertos

“¡Qué lindo imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbour!”. La frase, dicha en 1953 por el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi, no era una metáfora: anunciaba un plan concreto y sin precedentes. Dos años después, el 16 de junio de 1955, esa idea se materializó con bombas, fuego y muerte. Ese día, aviones de la Aviación Naval argentina, con respaldo de sectores de la Fuerza Aérea, descargaron más de 9.500 kilos de explosivos y miles de disparos sobre la Plaza de Mayo y el centro de Buenos Aires, con el objetivo de asesinar al presidente Juan Domingo Perón y dar un golpe de Estado.

La cifra oficial reconoce más de 350 muertos y 1.200 heridos, la mayoría civiles desarmados, entre ellos mujeres, niños y trabajadores. La masacre es considerada hoy un crimen de lesa humanidad y uno de los episodios más oscuros de la historia argentina, ocultado durante décadas por los sucesivos gobiernos militares.

El plan de los conspiradores buscaba eliminar a Perón, su gabinete, y ocupar militar y políticamente el poder con un triunvirato cívico-militar integrado por el radical Miguel Zavala Ortiz, el socialista Américo Ghioldi y el conservador Adolfo Vicchi. La violencia indiscriminada sobre la población era parte del diseño: instaurar el terror como forma de impedir cualquier reacción popular.

El origen del odio

El bombardeo no fue un hecho aislado. Desde 1951, el gobierno peronista enfrentaba intentos golpistas planificados por sectores del Ejército, la Armada, políticos opositores y la Iglesia Católica. Atentados, conspiraciones fallidas y discursos de odio generaron un clima de extrema tensión. En 1953, un comando antiperonista lanzó explosivos contra una manifestación en Plaza de Mayo, causando seis muertos. En 1954, marinos planearon fusilar a Perón en Morón, y en 1955 el capitán Bassi proyectó capturar al presidente y a todo el Congreso durante un acto en el ARA Nueve de Julio.

La movilización católica del 11 de junio de 1955 y la quema de una bandera nacional –acción atribuida a policías infiltrados– sirvieron como excusa. En respuesta, Perón organizó un acto de desagravio con desfile aéreo para el 16 de junio, sin saber que ese sería el día elegido para el ataque.

El infierno en la Plaza

El presidente llegó temprano a la Casa Rosada. Tras recibir informes de inteligencia que advertían un posible golpe, decidió cruzar al Ministerio de Guerra, salvando su vida. A las 12:40, comenzaron los bombardeos. Aviones Avro Lincoln y Catalinas arrojaron explosivos sobre la Casa Rosada, el Edificio Libertador, la Secretaría de Comunicaciones, la Plaza Colón y zonas aledañas. Una bomba impactó directamente sobre un trolebús repleto de pasajeros.

Los aviones llevaban pintadas una “V” y una cruz, símbolo de “Cristo Vence”, reivindicando el respaldo clerical al golpe. A pesar de que Perón pidió a la CGT que no movilizara a los trabajadores, miles se congregaron en la plaza. A las pocas horas, los aviones regresaron y ametrallaron directamente a la multitud.

El saldo fue atroz: decenas de bombas de entre 50 y 100 kilos, ráfagas de balas calibre 7,65 y 20 mm, edificios destruidos, cadáveres calcinados, y un pueblo en estado de shock.

La masacre silenciada

Pese a su brutalidad, el golpe falló ese día, pero se concretaría tres meses después con el derrocamiento de Perón y la instauración de la autodenominada “Revolución Libertadora”, una dictadura que prohibió el peronismo, persiguió a sus militantes y censuró la historia reciente. Por años, generaciones crecieron sin conocer lo ocurrido. No se podía nombrar a Perón ni a Evita, y mucho menos hablar del día en que las Fuerzas Armadas bombardearon a su propio pueblo.

Hoy, el 16 de junio de 1955 es recordado como un acto de terrorismo de Estado, y sus víctimas, como testigos de un crimen que el país tardó décadas en asumir. Fue el día en que el cielo de Buenos Aires se volvió negro por la traición, y la Plaza de Mayo, símbolo de democracia y lucha, se convirtió en un campo de batalla.