La nota saliente del fin de semana fue la pueblada vivida en Andalgalá contra el proyecto de Agua Rica, que terminó con los ataques a oficinas de la empresa y a un local del Frente de Todos.
Y es verdad que la violencia no se puede avalar, pero la mentira tampoco. Y cuando en Catamarca se habla de licencia social se está mintiendo, y se está haciendo oídos sordos a los reclamos de miles de comprovincianos, porque su voz no vale nada para los gobernantes frente al poder económico de las grandes empresas extranjeras.
Está muy mal la violencia, los destrozos, el desorden, claro que sí. Pero cuando las protestas son pacíficas se las ignora olímpicamente.
¿Cuántos reclamos se hicieron para reclamar por el río Los Patos? Se cansaron de pedir que no toquen el río, pacíficamente siempre. Y la respuesta del gobierno fue autorizar a la empresa a hacer perforaciones.
Condenamos y repudiamos la violencia, claro. Pero también es violencia no escuchar a los pueblos originarios, a los dueños de la tierra, a la gente que vio morir sus animales por la minería. Y esa violencia a nadie le importa, porque las víctimas no tienen billetes para ofrecer pautas de propaganda y silenciar a los que deciden.
Mientras los funcionarios llevan años y años paseando por Canadá, los catamarqueños siguen esperando beneficios. Y no reciben nada. A la provincia le quedan enormes pozos y aguas contaminadas. El oro y los minerales se los llevan.
Ahora festejan que BMW compra más de 300 millones de dólares de litio. ¿Y ese dinero para quién es? Para la empresa estadounidense que lo vende. Después donan dos docenas de empanadas para la gente que vive en la Puna y listo. Los minerales se van, los dólares ni siquiera pasan cerca.
La Catamarca Minera no sirvió más que para auspiciar equipos de polo porteños. Basta de mentiras. Hace 30 años que vienen prometiendo despegue, progreso y desarrollo. Y aquí estamos, con decenas de miles de empleados públicos y repartiendo bolsones.
No hablen de commodities ni cotizaciones ni de la Bolsa de Valores de Toronto, si acá no tuvimos ni como repartir agua.
Antes venían de afuera y vendían espejitos de colores, ahora nuestros propios gobernantes venden espejitos de colores.
Y la gente se cansa. No son cuatro hippies locos. No son diez ambientalistas, la gente está harta de los choreos, de los millones y millones que se esfuman sin que dejen acá ni las migas.
La gente no tiene poder, no tiene voz ni voto. Pero se hace escuchar. Aunque no cambie nada, por lo menos queda claro que la “licencia social” no existe, que el verso no se lo tragan, y que estos negociados se hacen a espaldas del pueblo.
La Visión del Catucho