Confinamiento: ¿único plan?

operativos de prevención

El regreso a la Fase 1 decretado por el Gobierno provincial el pasado jueves, generó una gran desazón en la sociedad y mucha suspicacia. Sin demasiados argumentos objetivos que justificaran la decisión, y en un ambiente de cansancio y muy poca tolerancia a las políticas de confinamiento, la gente comienza a desconfiar de las medidas restrictivas y perderles el respeto. A seis meses del inicio de la pandemia en el país, y con mucho recorrido por delante hasta salir de esta situación, las autoridades deberán revisar las estrategias e idear nuevas. Bajo el riesgo de perder el apoyo social en un escenario donde la mancomunión entre sociedad y Gobierno es vital.

Con apenas unos pocos casos de coronavirus detectados en los pasados días, y deslizando la posibilidad de que se hubiera producido la tan temida transmisión comunitaria, la Provincia decidió volver a confinar a la ciudadanía y ordenar el cierre del moribundo sector comercial y económico por cinco días. El regreso a una instancia de aislamiento obligatorio por cuarta vez cayó muy pesado en el ya agotado humor de la gente. Y fue otra patada para los comerciantes, que se encuentran de rodillas, sino ya tumbados en el piso.

Pareció prudente dejar pasar los días para hacer una valoración de la medida, pensando en que tal vez un marcado aumento de casos o la confirmación de la transmisión comunitaria terminaran validando la decisión. Pero la detección de apenas un contagio por contacto estrecho en la Capital en los últimos cinco días, y algunos más en el departamento Belén,  lejos de justificar la disposición de volver a paralizar gran parte de la provincia, reforzó la sensación de que fue una medida antojadiza.

La ausencia de una razón evidente y de peso para volver a la Fase 1 no solo caldeó aún más el ánimo social, sino que dió rienda suelta a la imaginación de la gente que elucubró todo tipo de hipótesis sobre los verdaderos motivos del regreso a la ASPO. Que la disposición fue para evitar desbordes en los festejos del Día del Estudiante, fue la de mayor recurrencia. Como consecuencia, muchísima gente sintió que la medida no le aplicaba directamente y no la tomó en serio.

Quienes sí acataron la disposición fueron los comerciantes de todos los rubros obligados a cerrar, bares, restaurantes, gimnasios, locales de ropa y todo lo que en pandemia, con cierta arbitrariedad, se considera “no esencial”. Cumplimiento más relacionado con el temor a las multas y el poder punitivo del Estado que con el convencimiento de que fuera una medida útil o necesaria. 

En resumidas cuentas, el Gobierno decretó un regreso al aislamiento que la sociedad ni entendió ni convalidó con el acatamiento. Generando un peligroso escenario de pérdida de la confianza y autoridad ante los gobernados. Porque el Estado mantiene su poder coercitivo y capacidad de castigo para garantizar el acatamiento de sus disposiciones mientras sean más los que cumplen que los que no. Porque en el momento en el que el cansancio, la necesidad o el descreimiento en las políticas de confinamiento lleven a la sociedad a una desobediencia más general, no habrá vuelta atrás.

Más allá de estos cinco días de confinamiento y pérdidas económicas, que parecen innecesarios, el interrogante que se plantea a futuro y con gran preocupación es cuál va a ser, de acá en adelante, la estrategia de la Provincia para el manejo de la pandemia. 

El pasado viernes, en su anuncio de la enésima prórroga de la cuarentena a nivel nacional, el presidente Alberto Fernández “recomendó” a las provincias endurecer la restricción a la circulación. Lo que abrió un escenario distinto y con posibles efectos ambivalentes: por un lado, podría ser asumido por los gobernadores como una libertad para gestionar la pandemia, tomando medidas ajustadas a su realidad local, más eficientes y menos dañinas para la economía y la salud mental. O, por el contrario, generar en los mandatarios un miedo a asumir la responsabilidad de la toma de decisiones (y sus consecuencias) sobrereaccionando con medidas de restricciones indiscriminadas, con sus ya consabidos efectos colaterales.     

Con el virus circulando en todo el país, los casos aumentando en la mayoría de las provincia y con la certeza de que es imposible evitar que se sigan produciendo contagios, tener el confinamiento y la paralización del comercio como única estrategia de prevención es exagerado y exasperante. Obedientes pero con un visible fastidio, desde el sector comercial ya advirtieron que será necesario llegar a un acuerdo de no volver más a Fase 1, que deja al 80% del comercio sin actividad. Y la gente, descreída y abrumada, cada vez acata menos. 

A 183 días del inicio de la cuarentena en la Argentina y con más de seis meses de presencia del virus en el país, el confinamiento estricto al estilo Fase 1 de ASPO se volvió una medida ineficiente e indiscriminada que hiere profundamente a la economía y tiene cada vez menos garantizado el apoyo social. Se vuelve imprescindible revisar y plantear nuevas estrategias.

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