En el corazón del Predio Ferial Catamarca, donde se celebra la 54° Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, hay una muestra que deslumbra por su valor cultural, artesanal y simbólico. Allí, los ponchos de vicuña, tejidos por artesanos de Belén y Antofagasta de la Sierra, se roban todas las miradas. No se trata solo de ropa: cada prenda es una obra de arte confeccionada con el hilo más fino del mundo, extraído del animal más preciado de la prepuna y la puna: la vicuña.
La obtención de esta fibra se realiza mediante el chaku, una práctica ancestral y sustentable que consiste en la captura, esquila y posterior liberación de las vicuñas. Esta técnica no solo respeta al animal, sino que ha sido clave para evitar su extinción y garantizar la continuidad de un saber milenario. Amado, artesano de Laguna Blanca, Belén, aprendió el oficio gracias a su madre y comenzó a tejer con lana de vicuña a los 22 años, cuando la recuperación del chaku, a fines de los años noventa, permitió acceder a esta fibra casi inalcanzable.
“Antes solo podíamos tejer con llama u oveja. La lana de vicuña era un lujo que los tejedores más antiguos no conocieron. Hoy es mi sustento y una razón para quedarme en mi tierra. Tejemos en familia, entre los dos hacemos un poncho”, cuenta Amado, que volvió a su pueblo tras años de cosechas en otras provincias.
El proceso para hacer un poncho puede llevar hasta un año. Empieza con el descerdado, que limpia la fibra, continúa con el hilado, donde el grosor alcanza el del hilo de coser, y culmina en el tejido, con técnicas aprendidas de generación en generación.
Jovita, artesana de Antofagasta de la Sierra, tardó cuatro meses en tejer un chaleco que apenas pesa 150 gramos. “Aprendí de mi madre, allá en el campo. Mi papá era quien capturaba las vicuñas. La fibra es muy difícil de hilar, no cualquiera puede hacerlo, lleva mucho tiempo y tiene un valor inmenso”, explica.
Su hijo, Javier, trabaja en la Escuela de El Peñón y también aprendió el oficio. Aunque aún no se anima a tejer un poncho, ya elabora guantes y bufandas con lana de vicuña, usando cinco agujas. “Participo del chaku de Lagunita, que es el primero de todos los encierros que se hacen en Antofagasta y en Laguna Blanca”, dice con orgullo.
En Laguna Blanca, el diseño que se impone es el “ojo de perdiz”, presente en chales, ponchos y corbatines. Norma, de la Cooperativa Mesa Local, explica: “No es un rompecabezas, pero es complicado. Lleva cuatro payadas y cuatro pisadores para hacerlo bien”.