Las maravillosas “Sapem” (sociedades anónimas con participación estatal mayoritaria), vienen multiplicándose desde hace años, con un hermoso invicto: ninguna funcionó.
Las crearon de todos los colores y para todas las tareas, pero el fracaso fue siempre el mismo.
Se trata, como lo dijimos alguna vez, de agujeros negros en las arcas del Estado, con la siempre atractiva fórmula de permitir el desvío de fondos públicos, que eluden casi todos los controles de gastos, compras, inversiones, etc., porque estas Sapem, cuando tienen que alimentarse maman de la teta del Esado, pero cuando tienen que rendir cuentas se transforman mágicamente en “privadas”.
Siempre la presentación es la misma, se dice que son empresas a las que el Estado va a ayudar hasta que arranquen, para generar puestos de empleo “genuino”, y que después se largan solas.
Ninguna, insistimos, ninguna funcionó. Fueron un tendal de fracasos desde los Producat hasta la Camyen (que no es Sapem, es del Estado nomás), y todas terminan siendo un colador de recursos, una fábrica de protestas y conflictos, no pueden ni pagarle a sus empleados y terminan con deudas millonarias que paga… adivinen quién, sí el Estado.
Estos inventos son un derrocadero de plata que nadie controla, que en el mejor de los casos no crecen nunca, como las fábricas de muebles, y en el peor nos sepultan a todos, como la empresa de energía que avanzaba de manera conmovedoramente brillante hasta que se supo que debía unos 3.000 millones de pesos.
Hay que acompañarlas hasta que larguen dicen, parece que esa etapa dura unos cinco o seis siglos, y mientras tanto se comen presupuestos increíbles.
Como si las ochocientas malas experiencias anteriores no alcanzaran, siempre hay una mente lúcida que ve por allí la luz de la salvación.
Estas últimas semanas, se sabe, hubo un larguísimo paro de colectivos, que no se sintió mucho por la cuarentena y porque la mayoría de los empleados públicos puede salir a comer, a bailar, a la peatonal, a hacer compras, a un asado, a hacer gimnasia y a todas partes, pero para trabajar tiene que quedarse en la casa.
Como si las oficinas públicas fueran una incubadora de virus, casi nadie puede ir a trabajar, pero sí pueden hacer todo lo demás. Entonces nadie se queja mucho del paro de transporte, salvo las empresas, que dicen que están perdiendo plata a lo loco.
Fue allí que la diputada peronista Mónica Zalazar encontró la solución, porque parece que si sus largos años de médica le enseñaron algo fue cómo funcionan los colectivos (¿zapatero a tus cañerías?), bueno, a Zalazar se le iluminó el bisturí y dijo: “Yo sé cómo solucionar esto… ¡con una Sapem!”. Aplausos cerrados. Ovación. La tiene clara.
La diputada ya anunció que presentará un proyecto para crear la Sapem de Transporte. La octava maravilla del mundo en marcha. Un privilegio ser testigos de esta bisagra en la historia.
¿Cuál es la idea? Que los empresarios pongan colectivos y chóferes, mientras el Gobierno pone el dinero. Extraordinario, el ingenio criollo no descansa.
“Cada vez el Estado tiene que invertir más entonces llega un momento que debemos ser socios”, razonó la señora que estudió anatomía.
Una locura, pero simplifiquemos. Veamos cuántos millones perdió el Estado catamarqueño en los últimos diez años subsidiando las fantásticas Sapem… si se muestran los números y aun así quieren avanzar, escuchamos propuestas. Pero por una vez muestren cuentas claras, sino seguimos dibujando en el aire y así se puede decir cualquier cosa.
El Catucho