Y llegó nomás, tarde, pero llegó. La historia es conocida. El Gobierno de Catamarca, de la noche a la mañana, de manera inconsulta y por medio de una cuestionadísima “compra directa”, gastó 9 millones de dólares en un avión que reclamaba con urgencia… bueno, nadie. Lo compraron porque sí, porque es un ofertón.
Se podía comprar un avión por menos de la mitad, pero no, compraron ése. Podrían haber llamado a una licitación, una compra transparente, pero no. Se hizo lo que se hizo con el ministro Sebastián Véliz, y agarrate Catalina cuando ese papelerío llegue al Tribunal de Cuentas, porque ahí sí que van a tener que dar explicaciones. Bah, no, ahora en el Tribunal de Cuentas está el exministro Sebastián Véliz. No pasa nada.
Bueno, el tema es que hace más de un mes que el avión tendría que haber llegado, pero aterrizó ayer. En el Boletín Oficial 47 del 11 de junio de este año, hace más de tres meses, se autorizó un gastito más de unos 160.000 dólares (sí, son millones y millones de pesos), sólo para ir a buscarlo.
Dicen que estaba listo hace rato, pero no lo quisieron hacer aparecer antes porque… A ver, cómo decirlo. Bueno, porque no querían mostrarlo justo en la campaña electoral. El avión y su compra cayeron muy mal en la gente. Dicen que es un superavión pero eso no le importa a nadie, porque casi nadie sabe de aviones. La gente sabe cuánto tarda el colectivo, cómo se carga la SUBE, sabe que hay pozos en las calles, pero no tiene por qué saber la diferencia de un Pipper con un Learjet.
Lo que todos saben es que con 9 millones de dólares se podrían desterrar los merenderos y comedores, se podrían hacer o equipar hospitales, se podrían arreglar las escuelas arruinadas por falta de mantenimiento y mil cosas que no se hacen. Porque siempre hay plata para el estadio pero no para esos arreglos.
Y la gente común no entiende de aviones pero entiende de presupuestos, y todos, hasta los que solo vimos dólares en las películas, sabemos que con nueve millones de esos verdes se pueden solucionar muchos problemas.
El avión llegó, y quien mejor lo definió fue Raúl Jalil, al declarar textualmente (¡Qué fallido!) que era una herramienta importante “para el gobernador… eh, para el gobierno”.