Es paradójico, pero en la era de la hiperinformación, informarse y acceder a noticias fidedignas es un desafío. Es el momento de la historia en el que la humanidad está más conectada y tiene mayor acceso a información, y sin embargo encontrar fuentes fiables demanda un ejercicio de búsqueda concienzuda y lectura crítica. Acechado por el riesgo de quedar en un limbo de desinformación o confusión por información falsa, inexacta, parcial, tendenciosa o contradictoria.
Este peligro no discrimina entre sucesos de la realidad inmediata o lejana, y lo mismo puede tergiversar sucesos ocurridos a miles de kilómetros como hechos de a la vuelta de la esquina. Y es en ese ultimo caso en el que, probablemente, la desinformación causa más daño.
Se suceden desde hace unos días en Catamarca una serie de episodios en torno a información relativa a la minería que bien ilustra todo lo anteriormente dicho, y que se pusieron en escena en un curioso contrapunto entre dos medios de comunicación de la provincia. Un caso típico de la información en la era de la “posverdad”, que a su vez deja al desnudo las implicancias, intereses y opacidades en torno a dicha actividad económica.
Empezó el ida y vuelta con una publicación del diario El Ancasti, en la que informaba que el Gobierno de la provincia había “auxiliado” con 200 millones de pesos a la empresa Livent, con un aporte al fideicomiso Salar del Hombre Muerto. Según la versión del diario de calle Sarmiento, el desembolso público fue para cubrir el incumplimiento de aportes de la empresa minera a la cuenta que debía ser fondeada con recursos surgidos de la explotación del litio en la puna catamarqueña.
“Los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales”, definen a esa ausencia de “verdad” posmo. Marco teórico sobre el cual surgieron luego todas las réplicas informativa y de opinión al respecto, tan contradictorias e intencionadas como numerosas. Que, juntas, conforman un cambalache noticioso que desorienta a quien quiera informarse.
En plena campaña política, este tipo de “hechos” llegan a pedir de boca de los precandidatos, que rápidamente se sirvieron de la bandeja servida y salieron a atacar al Gobierno. “Degradan la credibilidad en la minería y la licencia social”, construyó su verdad Alfredo Marchioli, precandidato a diputado provincial por “Adelante Catamarca”. Y el diputado provincial y precandidato a diputado nacional de JxC Francisco Monti anticipó que presentarán un pedido de informe en la Legislatura para conocer en detalle la operatoria que terminó con el desembolso.
Tampoco se privó de dar su propia “post verdad” el Gobierno, que “desmintió”, según publicó el diario El Esquiú, haber hecho un “supuesto auxilio” económico a la empresa Livent. Más bien, indicaron fuentes gubernamentales, se trató de un aporte de 200 millones de pesos al fideicomiso Salar del Hombre Muerto, para “agilizar los trabajos de las obras de los puentes Villa Vil y El Bolsón, que conectan el norte de Belén con Antofagasta de la Sierra”.
Aunque confuso y contradictorio, hasta ahí la construcción de la realidad en base al “relato” no sorprende. Si hay un ámbito en el que la inexistencia de la verdad posmoderna fue usufructuada, es en el político. Varios actores señalan que los 200 millones fueron un “aporte” indirecto a la empresa minera. Mientras que otros, como Ignacio Mercado, acentúa el matiz de que el objetivo del desembolso no es la empresa sino las obras que debían financiarse con pagos aportados por la empresa.
Tampoco es extraño que los medios de comunicación se posicionen, implícitamente, en una de las versiones de la historia. Aportando con su línea editorial más cuerpo a uno de los relatos. Aunque esto los exponga contando “noticias” diametralmente opuestas a la de otros medios que “informan” de exactamente el mismo suceso.
Lo que sí llamó la atención fue lo explícito y enconado de ese enfrentamiento editorial entre medios, en el no solo hubo versiones antagónicas, sino también acusaciones directas de desinformar y falsificar noticias. A la publicación de El Ancasti sobre el auxilio financiero a Livent, el periódico El Esquiú le replicó, no sólo difundiendo la versión oficial que negaba el aporte económico, sino explicitando que era la respuesta a “fake news difundida”.
Y por segunda vez, El Esquiú acusó a El Ancasti de difundir noticias falsas en un artículo en el que negaba que el edificio donde están las oficinas de Livent en la Capital fuera propiedad de la familia Jalil, tal cual se había publicado en una columna de opinión. Información errónea posteriormente rectificada como un error en una errata por el periodico de editorial Ambato. Pero que ya había sido repudiada por como “segunda fake news de El Ancasti.
No hay en la puja por la construcción de la “verdad” mensajes inocentes, desinteresados ni libres de intencionalidad. De hecho, este análisis no puede soslayar el hecho de que en torno a la minería, todo el discurso se construye bajo la presión de esa misma matriz discursiva. La opacidad en la gestión de la minería, sus recursos y la cuestión ambiental fertiliza el terreno para discutir con la posverdad una realidad que se sospecha pero cuesta confirmar. Y la intervención de la prensa, condicionado por intereses externos y necesidades propias, nunca persigue el puro ideal de “la verdad” porque sí.
Por ejemplo, semanas atrás, el diario El Ancasti se presentó en la Justicia con una acción sumarísima de acceso a la información en los tribunales federales de Buenos Aires contra la empresa interestadual YMAD por la negativa a dar información vinculada con el plantel de personal que tiene la minera. Oscurantismo que niega datos contrastables y fomenta la “no verdad” y la construcción del relato, como pieza informativa más importante que los hechos o la verdad.
En el medio, el ciudadano, “hiperconectado” e “hiperinformado”, tratando de saber que hace su gobierno con los recursos públicos, como gestiona sus recursos naturales y cuanto obliga a las empresas a cumplir con sus responsabilidades. Naufragando entre los relatos reproducidos en los medios, que no solo juegan su juego en esa posverdad, sino que desorientan a sus audiencias.