Dicen los que conocen, que muy frecuentemente sobreviene a quienes llegan a cargos políticos o a la función pública un paulatino alejamiento de la realidad social. Como una pérdida de la sensibilidad a lo que pasa en el llano. Según esa misma teoría, es el entorno que rodea a los políticos de más políticos, que generalmente piensan todos igual, el que va creando una visión distorsionada de lo que sucede fuera de los despachos. Y aleja a los funcionarios del sentir de la gente y sus necesidades. Un microclima que muchas veces les hace creer que hay sol, cuando afuera azota una tormenta.
Por estos tiempos, esta pérdida del termómetro social está afectando reiteradamente a la clase política, que se desconecta de las aflicciones que la pandemia y las restricciones están provocando en la gente. Y equivocan desesperación con rebeldía. Trampa en la que quedó atrapada la titular de la Agencia Territorial del Ministerio de Trabajo de la Nación, Ely Fontao.
Fue en su calidad de dirigente de una línea interna del Partido Socialista, que Fontao suscribió una nota en la que se criticaron las manifestaciones contra las restricciones sanitarias que volvieron a limitar la actividad económica y comercial. Junto a otros dirigentes de su mismo sector, publicaron una solicitada, impugnando a los manifestantes a quienes hicieron un “llamamiento a la responsabilidad”.
Lo extraño del pronunciamiento político de la Corriente Alicia Moreau es que, con un reduccionismo llamativo, sobre simplificaron el escenario de protestas y redujeron las protestas a la expresión de movimientos negacionistas y antivacunas. Ignorando a los miles de trabajadores, porcentaje mayoritario entre los manifestantes, que salieron a suplicar que los dejen abrir sus negocios o volver a su actividad económica. O, al menos a hacer catarsis y liberal la tensión y angustia que la asfixia económica de las restricciones les está causando.
Más resalta esta falta de empatía cuando se contrasta con los ideales fundacionales del socialismo, donde los trabajadores ocupan un lugar central, y se busca “una planificación y una organización colectiva consciente de la vida social y económica orientada a la satisfacción de necesidades”.
Así se los hizo saber Roberto Tissera, secretario General del Partido Socialista en Catamarca, quien llamó a la reflexión a sus compañeros, advirtiendoles que el socialismo no puede “estar en contra de ninguna marcha, de ninguna expresión del pueblo” que reclama porque “tiene que comer todos los días”.
Apelando a la teoría del microclima, el dirigente socialista reclamó a Fontao y sus compañeros de sector de no estar “aquí en Catamarca haciendo territorio”. “Si vos vas a la marcha, lo que vas a escuchar es el sector privado pidiendo que se mermen las restricciones o de última que hagamos nuevas restricciones que permitan trabajar, pero no hay un sector anticuarentena, eso dejalo para las grandes urbes”, respondió Tissera.
La pifia de Fontao parece el resultado de ese alejamiento del pulso social que provoca la funciona pública, sumado a la necesidad de acomodar el discurso a la demanda del proyecto político en el que se insertó. Ser funcionario como invitado en un armado ajeno provoca ciertas incongruencias, a veces sutiles, que se deben tragar como sapos.
Lo preocupante para los ciudadanos que están padeciendo la asfixia de las restricciones, es que esta apatía o insensibilidad política está generalizada. A la imposición de restricciones, le siguen una serie de medidas que los políticos creen que son la “solución” a todos los problemas. Anuncian subsidios por montos irrisorios y los celebran como si fueran el fin de las penurias económicas del trabajador independiente, que está en su casa sin generar ingresos porque el Gobierno no se lo permite.
Abrumados por la incertidumbre, ahogados por las deudas, sin el ingreso con el que mantener a sus familias, al borde de la quiebra, con el peso de no poder responder al reclamo de sus empleados, aplastados por la presión tributaria, salen a protestar, a reclamar que los dejen trabajar para vivir. Pero los políticos, desde el microclima de sus despachos, creyendo que ya solucionaron todos los problemas, los acusan de anticuarentena.