Historia de amores y traiciones

Murió Carlos Saúl Menem, a los 90 años y luego de una larga agonía. Menem fue el más “catamarqueño” de los presidentes argentinos sin contar a Ramón Castillo, oriundo de Ancasti. Pero no es errado decir que Menem gravitó mucho más en esta provincia, porque el catamarqueño Castillo estuvo poquito tiempo en Casa Rosada (menos de un año entre 1942 y 1943), y Carlos Saúl permaneció en la cumbre del poder más de una década, del ’89 al ’99.

Qué decir de Menem que no se haya dicho ya. Hoy la historia ya se mezcla con leyendas y mitos, pero algo queda bastante claro: fue una persona que traicionó al peronismo catamarqueño, y en particular a la familia Saadi.

Menem no hubiera sido presidente sin el ala protectora de Don Vicente, que lo guió políticamente y también le suministró buenos fondos para su campaña.

Nadie puede desconocer que el apoyo del caudillo de Belén fue clave en la carrera presidencial de Menem, y por eso es imposible de digerir lo que hizo después.

No usemos metáforas, han pasado demasiados años y se permite hablar claro: Menem aniquiló al peronismo catamarqueño. Liquidó a Ramón Saadi, el hijo de su gran mentor. Lo mató (políticamente, claro), sin piedad, y al justicialismo de estas tierras le llevó veinte años de penurias recuperar el poder.

Menem ofreció el abono que permitió germinar a la semilla del Frente Cívico y Social, esa fuerza que reunió a los amigos de la dictadura que estaban proscriptos desde el retorno de la democracia, con otros traidores del peronismo local y también jóvenes dirigentes del radicalismo.

El FCS de Arnoldo Castillo fue servil al menemismo y con eso garantizó su propia subsistencia.

Menem, que había venido a Catamarca a llorar con Ramón la muerte de Vicente (foto), un ratito más tarde decapitó a la familia Saadi sin compasión. Y junto a ellos a todo el justicialismo.

Arrastró en esa ejecución política a Ángel Luque y a muchas otras familias amigas que tenía por acá. Así era Menem: hacía lo que tenía que hacer para mantenerse. Hizo lo mismo con la CGT que lo había apoyado en su campaña, y con todos los que asomaban para convertirse en una piedrita en su zapato.

Los barrió a todos, y construyó sociedades distintas, siempre para salir fortalecido.

Extrañamente, aquí la misma dirigencia que había pisoteado y arrastrado lo perdonó. Los Saadi, los Luque y tantos otros, decían que lo habían engañado, que hizo lo que pudo. No era verdad: Menem tomaba todas decisiones.

Quien no lo perdonó fue la militancia. Menem fue más de diez años presidente, teóricamente peronista. No tiene aquí una calle, una unidad básica con su nombre, nada. No se lo reconoce como compañero. Nunca se portó como compañero, aunque mucho después volvería a juntarse y sacarse fotos con sus víctimas políticas.

En el medio, Menem cerró medio siglo de debate sobre la minería de Catamarca y la puso en marcha en 1994, asegurándose ingresos multimillonarios para él y para el Frente Cívico.

Después que dejó la Presidencia llegó también el ocaso. Los que se empujaban por una foto con él, dejaron de prestarle atención. Sin poder, había perdido su famosa seducción.

Pero Catamarca nunca lo olvidaría, fue mucho lo que hizo por aquí, y la verdad es que casi nadie lo recuerda con una sonrisa. Entre amores y traiciones, la sombra que más pesa es la de la traición.

El Catucho.

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