El fracaso de las internas de la UCR fue un fracaso doble. No solamente quedó trunco un proceso electoral en el que finalmente no hubo compulsa, sino que además volvió a naufragar el intento de reconstruir el partido. Como si se tratara de una broma pesada, la interna en la que algunos sectores del radicalismo apostaban sus aspiraciones de pacificación, fue la causante de que el partido vuelva resquebrajarse. Dejándolo con un estado general maltrecho y un pronóstico reservado.
Este domingo, los radicales deberían haber vivido una jornada de actividad política en el saludable ejercicio de la democracia intrapartidaria. Ese 7 de febrero podría haber sido, así lo habían pensado un puñado de dirigentes, el día de la consagración de una conducción que gozara de la legitimidad necesaria para gestionar la reconstrucción del partido. Pero la terapia contra la división y el sectarismo fracasó. No porque sea ineficiente, sino porque el paciente la rechazó.
Hablar de la UCR como un paciente convaleciente que repudia el tratamiento sanador puede generar la falsa impresión de que se trata de un individuo, cuando el partido, en realidad, es la suma de muchas voluntades, desde hace años divergentes y contradictorias, que no consiguen alinearse en un proyecto y norte común.
Cuando en el mes de noviembre la Convención fijó fecha para la elección de autoridades partidarias, las discrepancias afloraron sin demora: mientras un grupo de dirigentes peleaban por ir a las urnas, otros intentaban evitarlo presionando por “consensuar” una conducción negociada. No es necesario aclarar que la “mesa chica”, la “lista de unidad” o el “consenso” eran los mecanismos preferidos por los mismos espacios y dirigentes que siempre sacaron ventaja del rosqueo y los petit comité.
Estos sectores argumentaban su oposición a la urnas señalando que las elecciones internas dividen al partido, y, a decir verdad, finalmente tuvieron razón. Aunque, claro, hay que señalar que siempre los vaticinios apocalípticas son muy fáciles de transformar en profecías autocumplida. Bastaba con operar con cierta pericia para embarrar la cancha, meter cizaña y esperar que el boicot se consumara.
No hubo miramientos, ni escrúpulos. Falsas propuestas de alianzas, movidas traicioneras, aprietes a dirigente y hasta el aprovechamiento oportunista de una vieja denuncia por abuso sexual. Quienes resistían las internas y pronosticaban un fracaso del proceso no se privaron de nada en su objetivo de cumplir su predicción y malograr la elección.
La UCR fue al proceso de internas como un paciente convaleciente que entra al quirófano con la esperanza de recuperar la salud. Pero adentro, sufrió la mala praxis (dolosa) de un puñado de dirigentes que prefieren un partido débil bajo su dominio que un radicalismo fuerte conducido por otros.
Incapaces de resolver sus diferencias y de regenerar el tejido partidarios, la UCR terminó, por segunda vez consecutiva, judicializando sus internas y pidiendo el arbitrio de la Justicia Federal. Dato elocuente y por demás ilustrativo de la situación del partido.
El resultado es sumamente delicado. Sin urnas, boletas, ni votantes, se terminó consagrando a la única lista que quedó tras la oportuna eliminación de la oposición. Sin cuestionar la capacidad y trayectoria de algunas de las nuevas autoridades partidarias, como la ahora presidenta del Comite provincial Marita Colombo, la nueva conducción tiene poca legitimidad para intentar gestionar una reconstrucción y menos chances de lograrlo en este año político.
Con ese escenario, la expectativa de que la UCR tenga una oferta medianamente consolidada para las elecciones legislativas parece terminar de esfumarse. Consumada la primera etapa del plan, el oficialismo partidario allanó el camino para disponer y digitar las candidaturas, premiandose con espacios y reelecciones por ser tan eficientes en su aspiraciones personalistas, cortoplacistas y sectoriales.
Y como en la política y los procesos electorales el sistema funciona con pesos y contrapesos, la debilidad con la que esta UCR escuálida llegará a las elecciones provinciales y nacionales, casi que le asegura al oficialismo sostener, sino ampliar, su abrumadora concentración de poder en los órganos legislativos de los tres niveles. Con lo dañino que es el monopolio del poder de gobernar, el radicalismo también se da el lujo de fracasar en su responsabilidad política de limitar al oficialismo
Puesto así, y a la luz de la por demás cordial relación que algunos dirigentes tienen con el Gobierno provincial, no parece descabellado pensar que todo (lo que ya pasó y las consecuencias futuras) responde a un plan que nada tiene que ver con los intereses de la UCR. Con lo que el chasco de las internas sería un triple fracaso.