Entre la orfandad y el ostracismo

Intrascendente, huérfana, desorientada, dispersa, errante… las adjetivaciones para describir el estado de la UCR podría continuar con más calificativos, pero siempre en el mismo sentido. El otrora partido dominante de la escena política provincial, que ostentó la gobernación de la provincia de forma hegemónica por más de dos décadas, hoy deambula en el ostracismo. Desde hace algunos días las líneas internas celebran reuniones previas a la convención provincial del próximo sábado. Sin norte ni líderes, rumiando los mismos problemas y diferencias, nada hace pensar que algo en el futuro mediato esté por mejorar.

En estas reuniones preparatorias, sectores “rebeldes” consensuaron una serie de planteos y reclamos para llevar a la cumbre boinablanca provincial y plantarse frente al oficialismo partidario. Repetitiva y sin novedades, las líneas divergentes hicieron una lista de quejas que poco difiere de las que ya se pueden haber presentado en los últimos diez años. Repudios a la alianza con el macrismo, pedidos de renovación partidaria, exigencias de mayor participación, propuestas reformistas de la Carta Orgánica, críticas a la representación institucional de los legisladores. Nada nuevo.Un bucle sin fin, los mismos planteos, las mismas peleas.

Desde hace años la UCR deambula en círculos y sin rumbo, como los judios en el desierto. Pero sin líder ni certezas de cuánto tiempo va a durar ese andar errante. Y tal vez sea esa falta de liderazgos uno de los aspectos más desalentadores mirando al futuro. Una dirigencia escuálida y desfallecida, inapetente de poder o impotente para dar lucha, hace muy poco (o nada) para sacar al partido de Alem de su exilio del poder. 

Los dos últimos hombres fuertes del radicalismo en su gloriosas épocas del FCyS, están virtualmente retirados de la lucha por el poder, apoltronados y sin aspirar a nada que esté más allá de la punta de su nariz. El diputado nacional Eduardo Brizuela del Moral, dos veces gobernador de Catamarca, tiene ya 76 años y dos sumisiones electorales. Las sucesivas derrotas y la merma natural del vigor lo fueron desdibujando hasta casi borrarlo de la consideración política y social en la que años atrás dominaba con total autoridad. Hoy, en el Congreso, donde tiene una participación casi imperceptible (en 2019 estuvo ausente en 7 de las 10 sesiones) parece haber encontrado su seguro de retiro. Apático y ausente del escenario provincial, ya no demuestra tener restos para liderar una nueva cruzada.

Lo del senador Oscar Castillo es relativo y más complejo de analizar. Porque, en definitiva, desde que dejó de ser gobernador y asumió en su banca en el Congreso en 2003, siempre armó, condujo y operó según sus intereses . Durante muchos años, mientras sus aspiraciones coincidieron con los objetivos de la UCR, mantuvieron una relación de simbiosis que le granjeó la fama de gran estratega. Sin embargo, cada vez que las metas del dirigente y el partido, por algún vericueto político, se bifurcaron, el senador siempre tuvo claro lo importante: defender su parcela, aunque para esto tuviera que sacrificar a su partido y fracturar su frente. 

De hecho, en el petitorio elaborado por los “rebeldes” para presentar ante la Convención, hay un párrafo en el que se repudia el “Pacto de Ipizca”, en referencia a un encuentro que, según trascendidos, habría tenido Castillo con el gobernador de la provincia, para avanzar en una estrategia electoral conjuntas. Es que, sabiendo la debilidad con la que su partido llegará a las Legislativas 2021, y con la imperiosa necesidad de asegurarse la renovación de su banca, el Senador ya accionó su estructura para resguardar el latifundio y su renta.

Citando antecedentes directos, hay quienes señalan a Castillo como partícipe necesario de las maniobras que provocaron la ruptura entre la UCR y su histórico socio Movilización, lo que terminó de firmar la caducidad del FCyS. Lo que abonaría la teoría de que el referente de la Línea Celeste, no solo perdió el apetito de verdadero poder hace 17 años, sino que, más que un hábil armador, es un eficiente rompedor.

Así, con sus dirigentes retirados por las sucesivas derrotas electorales o distraídos en el juego chiquito de defender su parcela, la UCR intentó resolver esa orfandad con improvisados ensayos de líderes, que ni dieron con la talla del centenario partido ni se comprometieron con su causa. El organigrama del Comité Provincia muestra en los cargos de conducción nombres de escasa trayectoria, ajenos a los tiempos victoriosos del frentismo o con tibio carácter político. 

Los candidatos radicales para los dos cargos más importantes en los últimos comicios provinciales, Roberto Gómez y Flavio Fama, sucumbieron a la durísima derrota electoral y nunca progresaron en la construcción de poder. Gómez (además, presidente del radicalismo capitalino) deriva en la intrascendencia, con sistemáticos arrebatos fallidos de instalarse en la agenda política a fuerza de opinar sobre asuntos de actualidad. Fama aprovecha su cargo universitario para flirtear con el Gobierno y hacer buenas migas políticas. Miembro de la Comisión Evaluadora para la selección de magistrados, interlocutor en el proceso de la reforma del Estado y la Constitución, y recurrente asentidor de las decisiones del Ejecutivo, y hasta crítico trabajo legislativo de los diputados de Juntos por el Cambio, Fama parece estar más encaminado ser un soldado jalilista converso que un general de la causa radical.

Como agravante de esta anemia dirigencial, en el proceso preelectoral del 2019 la UCR autoboicotió sus cuadros dirigencielas, fagocitandose a sus principales referentes legislativos. La selección de los candidatos y el armado de las listas canibalizó o sacrificó a un importante grupo de hombres y mujeres acostumbrados a las batallas legislativas, jurídicas y políticas en la arena parlamentaria: Miguel Vázquez Sastre, Verónica Rodriguez Calacibetta, Paola Bazán entre otros.

Esta maniobra autodestructiva de tirar piedras sobre el tejado propio, además de la carencia de referentes, explica la intrascendencia legislativa del radicalismo, inserto en el bloque de Juntos por el Cambio. A destiempo y sin reflejos en los asuntos sociales, sin resonancia ante la opinión pública y con mucha menos incidencia, el protagonismo radical en el ámbito legislativo se redujo a las esforzadas apariciones de los diputados Francisco Monti y Tiago Puente, que con más ímpetu juvenil que con experiencia, destacaron entre la chatura de su bancada. 

A nueve años de haber perdido el gobierno y la supremacía política en la provincia, el radicalismo continúa girando en un remolino que lo arrastra, como causa y consecuencia al mismo tiempo, a estar cada vez más lejos de recuperarlo. No es sorprendente. En un proceso muy parecido al extravío de dos décadas del peronismo, la UCR está probando en carne propia que cuanto más se prolonga la lejanía del poder más abulia se genera en sus dirigentes y más se fragmentan las bases. El derrotismo y el desaliento produce inevitablemente una estampida y las tropas quedan más raleadas. Los escasísimos espacios a los que se pueden aspirar son un botín que se debe disputar entre muchos aspirantes. Lo que inevitablemente desata una descarnada lucha, divisiones, quiebres y más sangría de dirigentes y militantes .

En unos días los radicales catamarqueños cumpliran con su Convención. Se juntarán a repetir en bucle las mismas discusiones, pretendiendo planificar un futuro, que en lo inmediato, los obliga a resolver cuestiones electorales. Sin norte ni líderes abnegados, con la sombra de lo que fueron sus hombres fuertes, la nostalgia de viejos tiempos de gloria y el zorro en el gallinero. Ante la inmensidad del desierto, nada hace pensar que el ostracismo pueda terminar pronto.

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