Indulgencia y desaprensión

En medio de una situación epidemiológica que las autoridades sanitarias definieron como grave, hasta el punto tal de decretarse el regreso a la Fase 1 de aislamiento, el obispo Urbanc organizó y celebró una multitudinaria misa en Valle Chico, que convocó a cientos de vecinos, además de contar con presencia institucional. Al mismo tiempo que se anunciaba el endurecimiento de las multas y sanciones por incumplimientos a las restricciones preventivas, la feligresía incumplía con el “Cesar”, alentada por su líder y con la anuencia del poder público que debería controlar y punir.

En medio de la catarata de imágenes que circularon por las redes sociales, de bares clausurados, comerciantes multados, allanamientos en domicilios y personas arrestadas por quebrantar las medidas dispuestas para la prevención del coronavirus, aparecieron las fotos del polémico servicio religioso. Una gran multitud (más de 300 personas, según algunas versiones) reunidas en un terreno de Valle Chico, donde se construirá la iglesia del nuevo barrio. Como si se tratar de dos realidades paralelas, mientras muchos sufrian los castigos (advertidos y justificados) de violar las restricciones de la cuarentena, otros disfrutaban de la carta blanca que la Iglesia Católica parce tener en muchas ocaciones.

La misa convocada por el Obispado y oficiada por el propio Urbanc era para “bendecir”el predio donde se levantará la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, ubicado en calle 31, entre 16 y 18 del complejo urbanístico Valle Chico. Un templo de unos 1.100 metros cuadrados, que se construirá en un terreno de 5.565 metros cuadrados y con aportes del Estado (aunque ese es tema que amerita un debate aparte). En el lugar, además de los vecinos, futuros parroquianos, estaban representantes del equipo técnico de Huasi Construcciones, empresa a cargo del proyecto, funcionarios eclesiásticos, la banda de la Policía de la Provincia (fuerza de seguridad que detiene a los que violan la cuarentena), entre otros.

En condiciones de “normalidad” habría sido una ceremonia más, como tantas otras que organiza la Curia. Pero en el contexto actual, donde la orden es guardar el distanciamiento, evitar la aglomeración de personas y fomentar el aislamiento lo más que se pueda, la convocatoria del Obispado fue, de mínima, irresponsable. Si además se considera que el Gobierno prohibió las reuniones sociales, las juntadas familiares y los eventos masivos, la ceremonia de ayer estuvo claramente fuera de las normas. Y si se agrega que las restricciones son para evitar la propagación de una enfermedad pandémica, además de irresponsable y fuera de las normas, la misa celebrada ayer fue totalmente desaprensiva.

Ahora bien, si los organizadores tienen responsabilidad por acción, quienes no controlaron y permitieron el evento son partícipes por omisión. Como sucedió en varias otras oportunidades durante el semestre de cuarentena, en el que la Iglesia organizó procesiones y ceremonias que, como era totalmente previsible, fueron motivo de peligrosas aglomeraciones. Una institución, de la que se espera una conducta ejemplar, actuando con impunidad. 

La Policía comunica por estas horas la detención de más de un centenar de personas, el secuestro de alrededor de 40 vehículos. La municipalidad de la Capital informa varias decenas de clausuras y multas a comercios. Cientos de miles de ciudadanos altruistas con responsabilidad cívica renuncian obedientemente a sus libertades de circulación y reuniones. Mientras el obispo convoca una multitudinaria celebración religiosa, en contra de las restricciones y no sufre ninguna pena. Una peligrosa conjunción de desaprensión e indulgencia que provoca gran indignación. 

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