La caída del caudillo

Nueve años de cárcel, es en letra fría el final de la carrera política de Ramón Elpidio Guaraz, un auténtico caudillo político catamarqueño, que por más de 30 años deambuló por el mundillo del poder, y ahora espera que una sentencia quede firme para ir a una celda.

Guaraz era caudillo porque era dueño de los votos. Lo demostró en su extensa trayectoria, que lo vio usar las todas las camisetas desde el Frente Cívico y Social hasta el kirchnerismo. Guaraz se acomodaba políticamente según cómo soplara el viento, pero no dependía de nadie. No era como esos políticos sin identidad que cambiaban de color para asegurarse un cargo. Al contrario, a él lo buscaban porque era el que gobernaba.

En la zona de Santa Rosa, por largos años no tuvo rivales. Pasó elección tras elección aplastando a quien se pusiera enfrente, con más ayuda o menos ayuda provincial. Empezó como un simple concejal, y terminó como amo y señor del municipio de Bañado de Ovanta. Enfrentó buenas y malas. Disfrutó la miel de la prosperidad cuando su tierra se volvió parte del boom sojero. Padeció con las inundaciones periódicas del Este. Se extralimitó varias veces, como cuando quiso cobrar peajes en la ruta como si fuera su dueño, o como cuando manejó el Concejo Deliberante como si fuera un títere suyo.

Se sentía fuerte porque era fuerte. Como pocos o ningún intendente, concentraba toda su fuerza en cuidar su electorado, y se permitía cosas que ningún otro hacía. Por ejemplo, salir a pegarle a cualquier funcionario, a ministros, a quien sea, aunque compartieran partido político.

Para los oficialismos que contaron con él, no era muy querido. La jugaba de rebelde y le iba a bien. Lo toleraban todos como un mal necesario.

Y pasó lo que pasó: cuando cayó en desgracia, nadie se lamentó mucho ni se desesperó por ir a ayudarlo. Historia repetida: los políticos no son solidarios, no se manejan por sentimientos, se manejan por intereses. En el momento que les dejás de servir, también les dejás de interesar.

A Guaraz lo dejaron solito y solo. Lo miraron derrumbarse comiendo pochoclos. El que se reunió con todos los gobernadores de los últimos 30 años, con todos los intendentes, ministros y legisladores. Con todos: la única voz que salió a respaldarlo fue la de su abogado.

Para colmo lo condenan por abuso sexual, que no es lo mismo que quedarse la plata de una obra o sobrefacturar, o nombrar ñoquis. Cayó por un delito de esos que no se perdonan.

Lo que cambia es que ahora ya nadie podrá levantar dedos acusadores en la política catamarqueña por estos delitos: con un condenado radical (Enrique Aybar) y uno peronista (Elpidio Guaraz), el abuso se hizo transversal.

La caída del caudillo de Bañado de Ovanta, enseña que el poder ya no es una tarjeta verde para atropellos que en otras épocas se permitían con naturalidad.