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¿Y el derecho a aprender?

La educación está sufriendo en la provincia una paliza con muy pocos precedentes. Los siete meses de inactividad áulica dejaron a  decenas de miles de alumnos con un año educativo totalmente perdido y secuelas difíciles de mensurar. Se debate y analiza mucho la suspensión de garantías constitucionales como la de transitar, mientras el derecho a aprender es vapuleado en un escenario que combina lo fatídico de la pandemia y los excesos de la cuarentena. A 200 días del inicio del aislamiento, en el ámbito de la educación destacan la lenta curva de aprendizaje del Estado, su incapacidad de aplicar medidas graduales y la mezcla de propuestas inviables con evaluaciones conformistas. Las heridas se ven hoy. Las secuelas, en no mucho tiempo. 

El derecho a la Educación se encuentra garantizado en el artículo 14 de la Constitución Nacional y reafirmado por el artículo 75 inciso 22, además de los tratados y pactos internacionales. Sin embargo, con la suspensión de las actividades áulicas, la provincia ya acumula siete meses vedando ese derecho humano a varios miles de estudiantes. Documentado por estadísticas y reconocido por funcionarios, más de la mitad de los alumnos de Catamarca quedaron durante lo que va del 2020 (casi la totalidad del ciclo lectivo) excluidos del sistema educativo y se encaminan a completar un año sin formación.

Es indiscutible que la pandemia por coronavirus provocó un escenario inédito y puso a los gobiernos a lidiar con las complicaciones propias de una enfermedad global y desconocida. Sería insensato discutir que en un primer momento, y ante lo apocalíptico del escenario, las medidas drásticas (incluido el aislamiento total y la suspensión de las clases) parecieron la mejor defensa.

Pero, a siete meses de empezada la pandemia, no es una exigencia desmedida pedir a los gobernantes que hayan calibrado los instrumentos y mejorado los tableros para la toma de decisiones. La suspensión de clases por 200 días y de forma indiscriminada en toda la provincia evidencian que eso no se logró. Y dejan claro que hay consecuencias de la pandemia y consecuencias de la cuarentena.

Claramente, la curva de aprendizaje del Gobierno en cuestiones relativa a la gestión de la pandemia es exasperantemente lenta y sus consecuencias, muy dañinas. La incapacidad de los funcionarios de Educación de idear medidas graduales o matizadas (falencia compartida entre Nación y provincias) es, a esta altura de la pandemia imperdonable y dañina. Desde el inicio de la cuarentena en el mes de marzo, hasta la detección del primer caso en Catamarca, más de 140 mil alumnos de todo el territorio provincial tiraron 105 días de clases, sin que el virus ni siquiera se hubiera manifestado en la provincia. Una suspensión de actividades áulicas masiva, que no distinguió la realidad y el riesgo epidemiológico de alumnos de la Capital de los que estudian en escuelitas rurales de localidades mínimas. 

Si bien en un principio lo desconocido del escenario y el temor de una catástrofe sanitaria puede haber empujado a tomar medidas exageradas, la continuidad en el tiempo de esas disposiciones, como la suspensión total de las clases presenciales y en toda la provincia, carece de sentido. Desde la detección del primer caso (el 2 de julio), ya pasaron casi 100 días y se registraron 309 contagios en 10 departamentos (aunque la gran mayoría concentrados en 3 o 4). Un contagio cada 1300 habitantes, a lo largo de tres meses, después de cuatro meses de cuarentena sin ningún positivo. Mientras, en Catamarca 140 mil alumnos de todos los niveles siguen sin clases presenciales. 

En parte, el sostenimiento de esta suspensión de las clases presenciales, (que ya dejó fuera del sistema a más del 50% de los alumnos de la provincia) tiene que ver con el autoengaño del que son responsables y víctimas funcionarios que inventaron propuestas alternativas inviables y evaluaciones conformistas y acomodadas para darse la razón. 

Pretender que la continuidad pedagógica dependa de la conectividad en una provincia rezagada en la penetración del servicio de internet, fue generar una expectativa irreal. Con más de dos tercios de los hogares padeciendo la brecha digital, un proyecto que proponía seguir estudiando de manera virtual, excluía desde el inicio a miles de alumnos y los condenaba a perder un año de educación. Pero reconocerlo (sobre todo a la luz de los resultados) sería una autodeclaración de ineptitud, por lo que la mayoría de los funcionarios de Educación prefirieron evaluaciones conformistas. Fantaseando que los alumnos y docentes de la provincia estaban logrando “aprender y enseñar” de manera virtual. El blanqueo sincericida fue de la directora de Nivel Secundario, Patricia Álvarez, quien señaló que el 52% de los estudiantes catamarqueños no participa de las clases virtuales que se implementaron este año a raíz de la cuarentena por el coronavirus, se sinceró .

Otro pecado imperdonable fue delegar a los intendentes la decisión sobre temas medulares y de enorme sensibilidad social. Dirigentes que en mucho casos tienen una escasa formación, pocas herramientas de análisis y frecuentemente nada de sensatez, quedaron empoderados para definir cuestiones que no les corresponden desde el punto de vista jurídico y que claramente los excedían en sus capacidades. Cuando, a finales de agosto, Provincia empezó a ensayar una reactivación de las clases presenciales, cinco intendentes de los departamentos del Este de la provincia se reunieron y “decidieron” que, por el riesgo epidemiològico, en sus comunas no regresarán las clases presenciales. Cinco departamentos en los que se registraron solo dos casos en 200 días.

Lo terrible de la situación es que la educación pre pandemia de Catamarca (como ya oportunamente fue analizado en otros artículos) ya era preocupante. Con índices de calidad educativa por debajo de los promedios nacionales y en algunos casos cómodamente ubicada entre las más rezagada en el rendimiento en asignaturas básicas. A esta altura del 2020, con más de 70 mil alumnos inactivos en el proceso educativo y sin demasiadas certezas de lo que sucederá el año entrante, el panorama es desolador.

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