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No es tiempo de odios

Con mediana repercusión, se conocieron en los últimos días los dichos de un político cordobés (ni vale la pena nombrarlo), que con llamativa crueldad expresaba su anhelo de que el coronavirus sirviera para hacer una “limpieza étnica” y matara al menos “unos cinco o seis millones de negros peronistas”.

Es en realidad una expresión extremista de un pensamiento muy feo, pero que en momentos como el actual se hace recurrente. O mejor dicho, en momentos como el actual sale a la luz, porque resentimientos de ese tipo no nacen ahora, sino que se anidan por mucho tiempo.

Lamentablemente, esas ideas no son una excepción. De distintas formas se ven en todo el mundo, ahora liberando un odio contenido con la excusa de la pandemia.

Así, a nivel internacional se acusa a la comunidad china, y según se recorre el mundo los “culpables” van cambiando de forma, raza y color, pero cumplen la misma función de canalizar el rechazo y la ira de los demás.

Aunque parezca un fenómeno lejano, se palpa en todas partes y también en Catamarca, donde no faltan los que hablan con irracional desprecio por porteños y cordobeses, creyendo que quieren venir a vulnerar nuestra pureza, y hasta se ataca a los riojanos por los casos de dengue.

Una reacción asquerosa, cuando muchos de nosotros vivimos hablando de la importancia de que vengan turistas, cuando a muchos nos encanta ir a Córdoba o Buenos Aires, y de repente parece que fueran todos apestosos menos nosotros.

Más aún… ¿cuántos miles de catamarqueños tienen familiares o seres queridos en otras partes del país? ¿Cómo alguien se puede permitir promover esta clase de odios en momentos en que la solidaridad se impone como único camino posible?

Tenemos que ser más humanos, más humildes. Que Catamarca no tenga casos detectados de coronavirus no significa nada. No somos inmunes, no tenemos ninguna protección mágica: puede aparecer un infectado hoy, mañana o pasado.

Nadie se enferma por placer, nadie elige infectarse. No se puede condenar a una persona por contraer un mal que se contagia con tanta facilidad, sin que lo sepamos, sin que lo advirtamos.

Sí tienen que condenarse las conductas irresponsables, los que no respetan las normas preventivas o ponen en riesgo innecesariamente a los demás. Pero creer que ser bueno o malo depende del lugar donde se viva o se haya nacido es una estupidez y una crueldad.

Atención con “escupir para arriba”. Cuidado con la soberbia, porque en estos extraños días de tanta incertidumbre, de algo sí estamos seguros: nadie es invulnerable, nadie es inmune al virus.

Mucho cuidado con la forma en que se habla de los enfermos, porque cualquiera de nosotros puede mañana estar en una cama dependiendo de un respirador, y hay que ver si entonces nos gustaría que nos despreciaran de esa manera.

Veamos en qué podemos ayudar, cómo tender una mano, como contribuir. No es tiempo de odios ni estigmatizaciones. 

La visión del Catucho

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