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La aberración de los abusos y el cáncer del encubrimiento

Cuando un agente patógeno, un virus o una bacteria, ingresa al organismo, se activa el sistema inmunológico para defender al cuerpo de esa infección. Pero cuando el ataque viene del propio organismo, como en el cáncer, el cuadro se agrava enormemente. Las células malignas, con sus aberraciones, dañan todo el sistema rápidamente y desde adentro, afectando a todas las demás células y órganos. La denuncia por grooming contra un docente de Religión del colegio católico Quintana no solo generó conmoción e indignación, sino que parece dejar al descubierto que en las instituciones de la Iglesia se repiten patrones y mecanismos que buscan el ocultamiento. Células malignas, que se reproducen en un ámbito de impunidad.

La denuncia e imputación por ciberacoso del profesor de Religión de apellido Olivera, que se desempeñaba en el Colegio Padre Ramón de la Quintana y otras instituciones educativas confesionales, se inscriben en el largo historial de casos de abusos y corrupción de menores en el seno de instituciones católicas. Que en Catamarca tiene sus propios (y desgarradores) registros. 

Se podría citar miles de casos a nivel mundial y nacional, como las décadas de abusos en la Diócesis de Boston o en el Instituto Próvolo de Mendoza y La Plata, entre tantísimos otros. Sin embargo, tristemente no hay que ir lejos para ver la manifestación de esta nefasta cara de la Iglesia. Juan de Dios Gutierrez y Moises Pachado son antecedentes (pendientes de resolución por los interminables vericuetos de judiciales) en los que se replicaron los mismos mecanismos de abusos y ocultamiento.

Mejor temprano que tarde, y porque refuerza el hilo lógico de estos párrafos, es necesario aclarar que evidentemente no todos los sacerdotes o profesores de colegios católicos son depravados ni todos los jerarcas son encubridores. No sería sensato ni honesto (además de falaz) decir que todos los curas son pedófilos. Además, flaco favor se le haría a las víctimas y a quienes luchas por justicia en los casos de abusos eclesiásticos, exagerando hechos que son lo suficientemente aberrantes para merecer el repudio y la condena social y judicial.

Pero es innegable que a las instituciones católicas las afecta seriamente la aberración del abuso sexual infantil y el cáncer del ocultamiento, lo que presenta un gravísimo estado para todas las demás células y órganos que conforman la comunidad religiosa y social. En los casos ocurridos en la provincia antes referenciados, no solo hubo corrupción de menores sino también un activo rol de la iglesia en la defensa de los abusadores, el ocultamiento de los hechos, la relativización de la gravedad y hasta el cuestionamiento de las víctimas. 

En numerosas oportunidades, familiares de víctimas, organizaciones que las nuclean y abogados que las defienden, denunciaron el involucramiento del Obispado en la defensa de los curas imputados. Sin mencionar las demostradas maniobras para quitarlos del centro de la polémica tratando de que todo pase al olvido.

El caso del docente denunciado por hostigar sexualmente a alumnos y alumnas demuestra que esas prácticas (la de los abusos y el ninguneo de las denuncias) no se circunscriben a los muros de una iglesia o los representantes eclesiásticos. Y por el contrario, es un cáncer que alcanza a otras instituciones, de las muchas que controla la Iglesia.

Cuando el jovencito (ahora mayor de edad) denunció penalmente a su profesor por el acoso sexual a través de las redes sociales, inmediatamente se abrieron las compuertas para una catarata de denuncias públicas que dan la pauta de que los hechos fueron muchísimo y durante bastante tiempo. De hecho, el joven que hizo la denuncia por la que el docente está imputado, señaló que el acoso había comenzado, al menos, dos años atrás. La cantidad de hechos y el tiempo a lo largo del cual se repitieron, hace difícil creer que ninguna autoridad nunca haya escuchado aunque sea un rumor que dispare una alarma.

Es cierto que tras la imputación penal del docente, el colegio Quintana emitió un comunicado indicando que se “ interpuso una denuncia pertinente ante los organismos de protección de niños, niñas y adolescentes”, pero no deja de sobrevolar la sensación de que las instituciones no reaccionan con la rapidez y la severidad que demanda la tragedia del abuso o acoso sexual infantil.

En paralelo, fiel a su estilo de ocultar los hechos y suprimir a las víctimas, el Obispado repudió las denuncias públicas en las redes sociales y las consideró “poco oportunas”, como si las “autoridades pertinentes” (ante quienes la curia pretende que se hagan las denuncias) fueran receptivas, empáticas y eficientes en proteger y defender a los damnificados de ese horror. Algo relacionado pasó en otras instituciones educativas de la iglesia en los que se desempeñaba el docente, donde se negaron a apartarlo de sus funciones argumentando que las denuncias no los afectaba ni involucraron institucionalmente.

En medio de la conmoción y la bronca que generan estos hechos, resalta la paradoja de que la Iglesia y las escuelas confesionales hayan sido férreas opositoras de la Educación Sexual Integral argumentando que deforma el pensamiento y vulnera los derechos de los alumnos. Cuando una formación seria y responsable en materia de sexualidad es una herramienta fundamental para dotar a los niños de un escudo con el que defenderse de estos depredadores, los verdaderos violentadores de niños, niñas y adolescentes. Al final, hilvanando una cosa y otra, parecería que más que una protección, el entorpecimiento de la ESI es una forma de dejar a las víctimas más vulnerables.

Volviendo a la analogía de la introducción, la impunidad y el ocultamiento de los casos de abusos y pedofilia dentro de la iglesia es un cancer que, no solo vulnera a las víctimas, sino que además propicia la reproducción de esas celulas malignas con sus aberraciones. La sensación de protección es el peor caldo de cultivo para los abusadores y acosadores, que sacan provecho de las sombras y el secretismo. Cuando en un organismo las células malignas se multiplican, muchas veces la cura son intervenciones dràsticas, como la extirpación. De lo contrario, el avance de ese cáncer puede comprometer o matar a todo el organismo. Tal cual las denuncias y las acusaciones por abusos y encubrimiento están hace años hundiendo en el descrédito a la Iglesia. Mientras muchos de sus miembros, inocentes y genuinos, ven degradarse la organización que gobierna su fe.

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